jueves, noviembre 15, 2007

Relleno

Es sabido que cuando un blogger no tiene nada muy relevante que poner, tiene dos opciones: una razonable, que sería no poner nada hasta que se le ocurra una buena idea, o poner la primer boludez más o menos consistente que encuentre para rellenar y que le alaben el ego un poco. Por desgracia, esta condenada sub-especie humanoide suele preferir esta última opción. Y el autor de este blog, si bien es un ruin can, también es uno de ellos, y en consecuencia comete las mismas fechorías.
En este ocasión, ha decidido copiarles a los muchachos de "¿Que estás buscando?" (como más de uno ya lo ha hecho), y ha decidido publicar los criterios de búsqueda que utilizan ciertos desgraciados individuos, que por escasa suerte (y cierta malevolencia del dios Google) terminan cayendo en este nauseabundo cubil. A continuación, una selección de lo peorcito:
"sexhymen.com". El más frecuente entre todos los criterios. Cómo alguien puede terminar en mi blog buscando pornografía, no sé, pero bue, que los jeropas tienen derecho a vivir, también. (BONUS TRACK: Por alguna razón, se me ocurrió verificar si sexhymen.com existía. Si lo escribís bien, te lleva a Defloration. Da un poquito de impresión.)
"fotolog luciano pereyra" . No sé quien será, pero el/la hijo/a de puta que anda buscando eso, mejor que no se me cruce por la calle, porque soy capaz de meterle un palo con clavos hasta la laringe.
"barney en cuerpo completo". Jeropas, pero con mentalidad infantil.
"el condor es de sangre fria o caliente". Según Wikipedia, es un ave, por lo tanto de sangre caliente. Pero atenti, que a mi siempre me pareció muy pechofrío (?).
"gabriel vaschetto" . Y eso que yo le avisé...la DEA se avivó, y está buscando a cierto blogger amigo
"que animal catalogar como el perro del diablo". Y...'ta jodido, pero yo me la juego, entre el perro de Rodriguez Saá y el de Menem.
"el chavo del choto". ¿Pornografía mexicana?
"adolescente emocionalmente inestables". ¿¿EXISTEN los adolescentes emocionalmente ESTABLES??
"como hacer perros creativamente". Una de dos: o alguien quiere buscar la última pelotudez de Utilísima, o es un científico loco que está un poco aburrido.
"cantantes con panico a las inyecciones". Vista la cantidad de muertes por sobredosis en el mundo del rock, éste la va a tener bastante jodida para encontrar algo, eh.

Y de regalito, les meto un "cazajeropas" (idea afanada de Se Está Buscando Una Paliza):
CRISTINA
KIRCHNNER
TRAGÁNDOSE
UNA
GAROMPA
DE
TAMAÑO
KILOMÉTRICO



sábado, noviembre 10, 2007

De Colectiverii

Cuando uno viaja en el colectivo, ómnibus, bus, guagua, o como quieran decirle, puede llegar a vivir experiencias interesantísimas, algunas de ellas tan trascendentales que pueden llegar a afectar el rumbo de nuestra vida para siempre (sobre todo si se te ocurre tirarte de la ventanilla cuando el colectivo va todo lo que da por alguna avenida transitada).

Pero este vehículo social, este popular transporte del proletariado (ay, se me escapó el zurdito interno) no marcha ni se mueve solo. Está bien que sin los pasajeros no tendría razón de ser; pero su existencia misma no sería posible de no ser por un personaje central, muchas veces injustamente menoscabado: El Colectivero.

El Colectivero es eso que muchos quieren ser de chicos en la escuela primaria (nunca falta el párvulo de primer grado que declarar querer serlo “cuando sea grande”), pero pocas personas se atreven a realizar de grandes. Ser Colectivero (al menos, en Argentina) no es fácil; son horas y horas soportando viejas que no saben poner la tarjeta (o monedas), teniendo que escuchar a los tipos que no quieren pagar, a gente maloliente, etc.; baste decir que muchos están mas de 16 horas por día sentados en un mismo asiento: si eso no te estresa, ya llegaste al Nirvana, macho.

Pero no todos los colectiveros son iguales, claro que no. Existen sutiles diferencias, que hacen que podamos establecer alguna clasificación. Aquí, los principales elementos:

1-El Gordo Malhumorado

Este personaje reúne en sí todas las características y males del colectivero rioplatense, y es por lo general, el elemento más común. Rondando los 50 años (nunca menos de 40), puede llamarse Héctor, Raúl o Rubén, pero sus amigos le dicen indefectiblemente Cacho, o Tito. Panzón y con cierta calvicie (aunque conserva algunos pelos, que parecieran tener vida propia), El Gordo Malhumorado es la expresión misma del enojo. Siempre está enfadado por algo: un pibe que se sienta y apoya los pies contra el asiento de adelante, alguno que se sienta primero y paga después, o algún otro chofer. Es de conducir de manera temeraria, a velocidades impensables para esos carromatos; aún viéndolo de afuera, se puede saber que es él quien conduce: jamás frena para doblar (lo que hace que algunas veces se suba a la vereda), muchas veces deja pasajeros esperando “porque va apurado”, y hace ver al colectivo como una tromba diabólica, que avanza a un ritmo demencial. En caso de accidente, no tiene problema alguno en bajarse, y refiriéndose a la madre y todo el árbol genealógico del otro conductor, y romperle la cabeza a matafuegazos. De más está decir que odia su trabajo; de haber sido por él hubiera sido piloto de carreras, o torturador. A su favor se puede decir que es bastante eficiente, y que si uno tiene cierto apuro para llegar a algún lado, él es el indicado.

2-El Gordito Simpático

Las teorías dualistas afirman que toda cosa tiene su extremo opuesto. Con el Gordito Simpático y el Gordo Malhumorado pasa exactamente eso. El Gordito Simpático posee las mismas características físicas y sociales que el G.M: es panzón, tiene cerca de medio siglo vivido, es pelado, y también le dicen Cacho (o Cachito). Pero el G.S es la esencia misma del buen humor. Es aquel tipo que sí hizo realidad el sueño infantil de trabajar de chofer; otro trabajo sería impensable para él. Su relación con el resto del mundo no podría darse en mejores términos: siempre tiene una sonrisa para regalar, nunca le falta charla con quien sea. Si uno no tiene monedas para viajar, G.S es capaz de hacerle la gamba y dejarlo pasar igual. Para él, el mundo es un colectivo. Si te agarró el bajón, el Gordito Simpático es mejor que un psicólogo.

3-El Treintañero Canchero.

El Treintañero Canchero, como bien lo dice su nombre, es bastante joven. Pero no es ya un pendejo; pero eso él no lo quiere entender. En su cabeza, aún es un adolescente, y actúa en consecuencia. Su vestimenta es más o menos igual a la de todos los colectiveros (ya que el reglamento se lo pide): camisa, zapatos y jean. Pero él siempre tiene ciertos detalles: anteojos negros, infaltables y abundante gel, alguna pulsera “étnica”. Suele llevar su propia radio al colectivo, la cual sintoniza a todo volumen, informándonos a los pasajeros del ranking musical. Sus pasajero predilectos son las mujeres jóvenes; si son estudiantes con jumper, mucho mejor. Puede llegar a desatender totalmente el resto de los viajeros , y al mismo colectivo en sí, sólo por enfocar su vista en algún glúteo o por estar chamuyándose alguna empleada recién salida de trabajar. TC, de no ser colectivero, sería de esos locutores bananas que conducen programas radiales a la tarde, con nombres tales como “Los Mega Hits”. Es interesante viajar con él, ya que nos permite reírnos de sus patéticos intentos por negar su condición.

4-El Cara de Nada

Hay gente que en la vida logra pasar totalmente desapercibida. El Cara de Nada es un ejemplo perfecto. Por lo general tiene un nombre bastante inocuo, poco recordable, como Carlos, Juan, o en el mejor de los casos, Sergio. Flaco, medio rubión (pero no tanto, si no aunque sea merecería el apodo de “Gringo”), nadie logra recordarlo con facilidad, ni siquiera sus propios compañeros. Es difícil hablar de él, ya que tiene escasas cualidades que lo hagan resaltar. Suele ser bastante sobrio en su manera de vestir y conducir, y su relación con el resto del mundo es prácticamente inexistente: el se dedica a mover el colectivo de un lado a otro, con bastante precisión. No escucha música, y da la sensación, por alguna razón, de que es evangélico. De no ser colectivero, sería bibliotecario, o de esos que atienden los peajes. Si te peleaste con tu novia, o te echaron del trabajo, y encima el día está feo, un viajecito largo con C.deN te puede relajar bastante.

5- El Macaco Cumbiambero

Si esta clasificación fuera ordenada de acuerdo al nivel de “villerismo” & “grasitud”, Macaco Cumbiambero se llevaría el primer puesto por robo. La edad de M.C es lo de menos; su esencia villera trasciende toda frontera cronológica. Con un corte a lo Pedro el Escamoso en su pelo (morocho, pero por lo general, con una buena dosis de tintura barata), una dentadura bastante incompleta y un léxico que hace que Cervantes Saavedra se revuelque en su tumba, este individuo es la expresión misma de lo que es ser grasa. Su nombre tampoco importa, aunque sus amigos le dicen, sospechosamente, “Ganzúa”. El resto de los choferes lo quieren bastante, ya que nunca es falto de alguna anécdota por relatar. Su omnipresente estéreo, nos hace viajar acompañados de delicias musicales, como él último CD de Damas Gratis, o un compilado del romántico Leo Mattioli. Se supone que de no trabajar en el rubro de la conducción de automotores, en este momento estaría afanando alguna cartera en la calle, o en el mejor de los casos, vestido con un uniforme policial y cobrando coimas. Es interesante viajar con él, nos puede mostrar esa realidad popular que muchas veces olvidamos.

martes, noviembre 06, 2007

Un Viaje Más

Nunca había habido nubes tan aburridas como aquella tarde. Usualmente no había demasiado, pero jamás faltaba alguna forma risueña: un elefante deforme, alguna bota o incluso una palabra con todas sus respectivas letras. El día anterior había sido de los más generosos; parecía que se había agotado el crédito de belleza celestial. Miró un poco más para arriba, y resignado, caminó hasta la parada.

Julián no tenía mucho que hacer por las tardes, y que querían que hiciera, después de todo el era sólo un muchacho que había dejado la facultad. A la mañana, sí, atender el kiosco de Mario lo entretenía. Pero las tardes, para alguien quien no tiene actividades ni gusta de la siesta o de las novelas mexicanas, pueden ser soporíferas. Su único divertimento consistía en tomarse el veintidós, pasear por la Plaza “de la San Miguel”, tomarse una gaseosa (o cerveza, según el caso) y robar alguna billetera.

No era ladrón por necesidad, no. Plata en su casa no sobraba, pero podía darse todos los gustos que sus límites mentales preveían. Tampoco era codicioso; todo aquello que robaba lo gastaba en cosas efímeras, que no podían conservarse, o lo tiraba. Incluso una vez había restituido el dinero, a una víctima que jamás supo que lo había sido.

No, Julián robaba por puro placer. La emoción de saberse impune, el antiguo y omnipresente gozo humano por lo que la cultura nos dice que es prohibido. Cuando corría por las calles, con una billetera ajena en su bolsillo, sentía tanta culpa que el corazón le desbordaba de alegría. Después, más calmado, miraba alrededor al resto de los mortales, con el desdén propio de quien se sabe vil.

Tenía varios métodos, y obviamente, varios escenarios. Pero todos coincidían en su sutileza, en que el robado no supiera del hecho hasta llegar a su morada (Juli gustaba de imaginar la casa de los sorprendidos compañeros de colectivo el descubrir sus chaquetas y carteras vacías). Le parecían indignos de respeto aquellos ladronzuelos que precisaban de la violencia y la fuerza para tener éxito: esos canallas lo hacían por necesidad, él era un artista.

Esa tarde, oprobiosa en su vulgaridad, necesitaba de un buen robo para hacerlo sentir vivo. El veintidós vino, él subió, el chofer arrancó. Era hora de entretenerse.

La víctima, un viejito. Uno de esos tantos, que eran mas viejos de lo que realmente son. Manos arrugadas, ropa sucia y olorosa de varios días; en su cabeza, pelos blancos sin afeitar, dos verrugas grandes, un ojo marrón y otro ciego por alguna enfermedad de ésas que sólo tienen los viejos solitarios y paupérrimos.

Iba durmiendo contra la ventanilla: era una linda postal, y una presa fácil. Se sentó a su lado, y con disimulo, manoteó su flaca billetera, que salía de uno de los bolsillos del saco (bastante hecho pelota, por cierto).

En la parada siguiente, el anciano se despertó bruscamente. Julián dudó por un momento; rápidamente buscó su cara-de-tranquilidad. No hubo nada que temer, el abuelito (quien sabe si tenía nietos, o siquiera hijos) sólo pidió permiso para bajarse. Lo dejó pasar, escondiendo la billetera en su propia campera.

Apenas descendió el viejo, se acomodó en el lugar que éste había dejado vacío. Apoyó la cabeza contra la ventanilla, y empezó a dormitarse. Total, hasta llegar a Colonia Avellaneda faltaban como mínimo veinte minutos.

La polvareda lo despertó. La mole del viejo galpón abandonado de Telecom le anunció que estaba cerca. Agarrándose fieramente del asiento, Julián se levantó conteniendo un bostezo; no era mala idea tratar de dormir unas horas más por día. Se acercó a la puerta de atrás, y presionó la bocina.

Las manos arrugadas le dolían un poco. Se miró en el espejo, y su mueca de horror asustó al niño de ojos oscuros del asiento del fondo. Siguió mirándose: su ropa estaba sucia y olorosa, y en su rostro había pelos blancos sin afeitar, dos verrugas grandes, un ojo marrón y otro ciego por alguna enfermedad de ésas que sólo tienen los viejos solitarios y paupérrimos…

sábado, octubre 13, 2007

Respecto del 12 de octubre

He vuelto a la vida (bah, mi computadora lo ha hecho. Al respecto, perdí mi colección de 2000 temas, así que buena parte de mis días a partir de ahora estarán dedicados a bajar música). Esto pensaba postearlo antes de ayer, pero, en fin...

Hoy es 12 de octubre. Años atrás, este día era recordado como "el día que Colón descubrió América", o como el día de la Raza. Hoy, no se sabe muy bien que nombre darle (el Inadi propone uno bastante correcto, aséptico y bastante estéril, "Día de la Diversidad Cultural Americana"). Tampoco hay acuerdo sobre qué hacer o decir, ni siquiera se sabe bien que pasó.
No obstante, hay algunas cosas sobre las que hay un cierto acuerdo: que Colón (su nombre original nunca se sabrá) llegó a alguna isla caribeña (probablemente Guanahí), acompañado de hombres, en 3 barcos (olvídense de lo de "las tres carabelas", la Santa María era una bruta nao), y que no esperaba encontrarse ESO. Y no mucho más.
Mierda, ni siquiera con la fecha hay acuerdo. Porque, si bien en el calendario del bueno de Cristóbal era 12/10, en nuestro calendario gregoriano sería un 21 de noviembre de pura cepa.
Respecto a "descubrimiento de América", podemos analizarlo de 2 maneras.
Una, la más tradicional (o idiota), es pensarlo como al Civilizado Hombre Blanco llegando a una tierra virgen, poblada por Salvajes Casi-Animales. Desde ese lado, no hubo descubrimiento. América tiene gente viviendo de manera estable desde hace unos 15000 años (mínimo), y a decir verdad, creo que la ciencia azteca le pasaba el trapo a la europea de la época.
Pero veámoslo desde un costado menos emotivo, y más dialéctico. Así como para los europeos América era una cosa totalmente novedosa, para los "indios" también lo era. No, no estoy en pedo, ni intento contradecirme. Pero, vayan a preguntarle a un iroqués o algún selknam de aquellos tiempos, a ver si saben dónde viven. Les van a decir cualquier cosa, menos América. Y muchos menos, claro, esperen que logren reunirse bajo la identidad común de "nativo americano" (ya sé que decir indio es más cómodo, pero recuérdenlo, está mal, un indio de verdad vive en Asia, tiene como prócer a Gandhi, y por lo general es hindú, musulmán, sij o barbudo simplemente).
América fue América cuando se la reconoció como algo diferente, algo nuevo respecto de ese Viejo Mundo. Y viceversa, obviamente. Entonces, desde esa perspectiva, sí hubo descubrimiento de América, en la misma medida en que hubo descubrimiento de Europa.
Esto no debe hacernos olvidar una cosa: esta llegada de los europeos significó muerte. Muchas muertes. 80 millones de mayas, guaraníes, sioux, y otras etnias perdieron el 90% de su población, sus identidades, sus culturas y religiones, su libertad. Pueblos enteros desaparecieron, por la espada, la enfermedad, o el martillo de las minas. Probablemente no haya otro caso de muerte masiva no natural tan violento y sanguinario en la historia universal. Quien quiera calificarlo de genocidio, puede hacerlo, las dimensiones lo hacen entendible.
Pero yo prefiero no hacerlo; genocidio implica un plan consciente, deliberado, de exterminio, y sinceramente, no creo que los españoles desearan la muerte de todos los aborígenes (aunque los ingleses y franceses probablemente sí). Tarde o temprano iba a suceder, y a decir verdad, agradezco que haya sido antes de la invención de las armas de destrucción masiva. Simplemente, maximizaron una característica humana: el desdén por el Otro; o mejor expresado, la ignorancia, y los consecuentes miedo y violencia respecto al Otro.
Porque esa, mis hermanos, es la historia del Hombre: una sucesión de actos guiados por la irracionalidad y la ignorancia, repleta de asesinatos y plena de estupidez. La conquista de América no fue más que un muestrario máximo y a todo color (color de sangre) de tanta tiendita del horror. Asombrosamente, sobrevivimos; esto me confirma: la inteligencia no es necesaria para la supervivencia.
Bebamos una copa en nombre de nuestros nativos, a quienes nuestros antepasados no tuvieron problemas en matar, y a quienes seguimos marginando día a día.

viernes, septiembre 28, 2007

Feel The Power!

El domingo 23 cumplí 2 años de blogger. Algunos ya sabían, creo. Podría aprovechar la oportunidad para hacer un recuento de estos dos últimos, y declarar (con total sinceridad) que lo único que se mantuvo estable en mi vida en este tiempo fue el blog. Pero no lo haré, porque me parece una pedorreada, así que sólo me limitaré a poner el link de mi primer post (ay, se ve tan tierno ahora a lo lejos!) http://blogdelperromanolo.blogspot.com/2005/09/agua.html

La Terminal de Paraná es el sitio donde paso buena parte de mis horas, gracias a la bendita universidad. Este lugarcito del mundo de decididamente pequeño, sucio y feo; por ende, es el símbolo perfecto de la ciudad de Paraná, Capital Internacional de la Inercia (esto me retrotrae a ciertas conversaciones etílicas mantenidas con Mr. Black Eyed Angel, en las cuales cometimos la osadía de comparar a Paraná con Santa Fé, y establecer un paralelo con Ciudad Gótica y Metrópolis, respectivamente; con todas las diferencias posibles, empezando por la inexistencia física de las dos últimas ciudades).

Aún así, mugrienta y decididamente antiestética, esa Terminal me inspira. Aún cuando no lo aparente, soy un tipo muy observador, y esos minutos muertos esperando el Fluviales o el Etacer (para los extranjeros: las dos empresas de colectivos que surcan el Túnel Subfluvial) son la oportunidad perfecta para jugar al analista social: sobra la gente que viene y que va.

Algunos rostros me resultan bastante familiares a esta altura: el Guardia de Seguridad que lo único que hace es fumar y mirar la novela por el televisor; el Tipo Que Te Pone Los Bolsos En El Colectivo, simpático desdentado; la Kiosquera Que Siempre Da Cambio, y varios personajes más. También estamos los de siempre, gente de Paraná que estudia, o trabaja, o tiene pareja en Santa Fé (y viceversa, aunque no me lo crean).

Pero frente a ese grupo más o menos estable, están los Otros. Los que no suelen andar en colectivos, los que no están acostumbrados a moverse de su ciudad todos los días. Es fácil reconocerlos: el rostro algo desencajado, como perdidos, las manos inquietas, el boleto en una mano y una gran valija en la otra. No les gusta la sensación de la espera, y no ven la hora de que llegue el condenado ómnibus para poder acomodarse en paz. Suelen acercarse a la gente, y preguntar incansablemente, a quien sea, “si por acá sale el que va para Buenos Aires”.

Esta gente que no entiende nada, para ser sinceros, me hace sentir bien conmigo mismo. Me gusta pensar en ellos como “neófitos” (más que nada, porque me gusta como suena la palabra, aunque de acuerdo al diccionario no sea la más indicada). Los veo, inseguros y despistados, y sonrío soberbiamente para mis adentros.

Es un ejemplo mínimo, pero que ilustra una cuestión: esa bendita sensación de poder. En este caso, el poder del conocimiento, el poder de saber que sé aquello que ellos no.

El poder, o mejor dicho, el sentirme poderoso (hablaré solo en plural; no quiero universalizar conceptos, aunque sospecho que no estoy tan solo) produce en mí placer como pocas cosas en este mundo (no deben ser más de tres, y dos de ellas son gritar un gol de la lepra, y el sexo).

Claro que hablar de El Poder, a secas, es un error. El poder se puede manifestar como en mi caso, como poder del conocimiento. Pero también puede ser un poder político, o económico, o incluso fisiológico. También varía en cuanto a su magnitud: no es lo mismo un estudiante de historia sintiéndose cómodo por estar acostumbrado a viajar en cole, que el presidente de una potencia decidiendo si borra una ciudad de un bombazo. Puede ser individual, o en algunos casos, algunos individuos deciden juntarse y asociarse a fin de potenciar sus capacidades (teóricamente, el mejor ejemplo sería el Estado, aunque este hace rato que entró en crisis). Pero en todas esas situaciones, sí hay algo en común, y es el hecho de saber que se puede interferir (en cualquier dirección y forma) sobre la vida de algún Otro, aún de una forma mínima.

En mi caso, existe un marcado desprecio hacia el poder conseguido mediante al esfuerzo, al sacrificio, y, obviamente, una admiración hacia el poder por habilidad, por ingenio. ¿Porqué? Porque, pongamos, cualquiera tiene ciertas posibilidades de conseguir dinero si trabaja como un marrano y tiene una suficiente dosis de suerte. En cambio, para pintar un Guernica o escribir un Aleph, y ser respetados y admirados como Picasso y Borges, hacen falta elementos totalmente distintos. Hoy en día, con tanta “moral de rebaño” (al decir del Fede Nietzsche) dando vueltas, se valora en exceso el poder por sacrificio. Pues a mí me molesta, así que si tienen una historia de “Josecito, mi primo, el huerfanito, que es medio ciego y medio sordo, y se crió en Villa Sífilis, pero se rompió el culo y hoy es profesor en Cambridge”, guárdensela.

Hay una sola excepción en mi relación al poder, y también está en relación al conocimiento: hay veces que me gusta sentirme absolutamente perdido, sentir que no identifico a nada ni nadie (el alcohol puede ser muy útil para estas cosas). Pero son muy pocas veces las que me pasa.

Por eso, les digo: si alguien se anima a acercarse a mi morada, seré su orgulloso guía. Pregunten nomás. ¡Vamos, que tienen que alimentar mis esperanzas dictatoriales!

Pequeñas Anecdotillas Al Margen Sobre Mí (algunas de ellas, horrendamente vergonzosas):

  • Cuando tenía 11 años, me compré un casette de Shakira
  • Soy disléxico
  • Recién ayer me enteré de la muerte de Elliott Smith
  • En la facultad me tienen podrido con el Modo de Producción Asiático
  • Son Cosas Mías! Es mi blog del momento
  • Me río como bestia con Chris Cocker

miércoles, septiembre 19, 2007

Relleno, relleno...

(Post completamente de relleno, para que no muera el blog. Pero por circunstancias que no vienen al caso, ando choto).
Esto es lo es que soy, una madrugada de domingo 16 de septiembre, con 19 años, solo en Rosario:
  • Sociopolíticamente, nihilista.
  • Culturalmente, elitista (excepto contadas excepciones)
  • Corporalmente, anémico
  • Muscularmente, destruido
  • Emocionalmente, inestable (pero un poco asqueado)
  • Espiritualmente, incrédulo
  • Territorialmente, movedizo
  • Térmicamente, movedizo
  • Alimenticiamente, snob
  • Académicamente, perezoso
  • Intelectualmente, engreído
  • Sexualmente, experimentador
  • Etílicamente, resistente
  • Sinceramente, falso (suena a frase de Arjona, pero es cierto)
  • Bestialmente, rompebolas
  • Decididamente, iluso (mal que me pese)
  • Creativamente, en declive
  • Cronológicamente, mal situado
  • Sentimentalmente, perdido (en cualquiera acepción)
  • Futbolísticamente, leproso
Y no tengo idea de donde caerme muerto. Y ahora, si alguien lee esto, haga su propia lista en el comentario.

jueves, septiembre 06, 2007

Locuritas

Una, dos pisadas, y medio paso más. Mi pie no debe tocar jamás la línea divisoria entre un mosaico y otro. De hacerlo, mi mente me dice que me arriesgo a sufrir un sinfín de desventuras. También me dice que prender un número impar de focos hará que mi vida se convierta en un infierno, o que ver un partido de Newell’s sin la camiseta puesta hará que la lepra, indefectiblemente, sufra una catastrófica goleada (ni que hablar si grito el primer gol, aún si es en una final de Copa Libertadores, contra Central y en el minuto 92’ de un 0 a 0).

No recuerdo el porqué de mi primera obsesión; de hecho, tampoco me acuerdo cual fue. Pero lo cierto es que fue el inicio de una larga cadena de pequeñas manías. Todo mi racionalismo puede irse al diablo frente a estas situaciones, y demuestra al mundo (o al menos, a mí mismo) que, pese a toda mi apariencia de hombrecito lógico, dentro de mí subsiste una gran porción de pensamiento mágico.

Muchos podrán, o querrán catalogar a mis obsesiones con el título de simples supersticiones de un tipo nervioso y algo misántropo. La verdad es que pueden llegar a afectar mi humor de manera notable (aunque de un tanto inexplicable, a los ojos de los demás).

No quisiera que supongan que, efectivamente, tengo fe en ellas. Sé muy bien que por mucha línea de senda peatonal que (no) cruce, no voy a aprobar Historia Americana I si no estudio, y soy consciente de que si abro los ojos en mi primer beso con alguien, no va a ser tan difícil volver a ver a esa persona.

Pero necesito de estos símbolos de control sobre mi porvenir, algunas veces, desesperadamente (¡más de una vez, los parroquianos de algún bar han tenido que soportar los nauseabundos olores de mi rojinegra camiseta, ya que después de usarla para jugar un picado me olvidé de lavarla!). Algo en mi inconsciente más profundo quiere creer, que de alguna manera, puedo modificar mi destino (mi falta de creencia en “El Destino”, será motivo de otro post. O no, si quieren seriedades filosóficas léanlo a Heidegger y no me rompan).

Y vos, sagaz lector, ¿Qué pelotudeces cabuleras tenés?.

martes, agosto 28, 2007

Confesiones del pasado.

No va a faltar quien me remarque lo horrendo de mi crimen, y el hecho es que, lo que hice está realmente mal. No intento justificarme, ni mucho menos, presentarme como un tierno corderito (¡vaya paradoja sería!), tantos años de aislamiento provocaron que mi vida se transformara en un único acto de cinismo. Por si no te diste cuenta de quién soy, querido lector, te lo aclaro: yo soy Caín, el primer hijo del Hombre. Y el primer asesino.

Si analizamos un poco a mis ancestros (tarea por demás fácil), veremos que ellos tampoco fueron unos santos, precisamente. No eran malos, no. Pero eran humanos, y por ende, lo suficientemente pelotudos como para creerle al Diablo. Eran una pareja feliz, hasta que los expulsaron del Paraíso: desde entonces, todo fue de mal en peor. Mamá se convirtió en una mujer resentida que se pasaba todo el día gritando, y papá, para abstraerse, se iba todo el día de cacería.

Hasta que un día, Eva se embarazó. No entendían muy bien de qué iba la cosa, y en esa época todavía no existían los cursos de preparto. Nací gordo, peludo y morochón. Adán desconfió un poco al principio: no entendía como carajo le había salido tan fiero.

Los primeros años de mi vida los pasé bastante bien. Papá decía que no era lo suficientemente mayor como para salir a mamar mamuts con él, así que me quedaba en la cueva con mami; a lo sumo, la acompañaba a juntar bayas y raíces.

Pero un día todo cambió. Yo había salido a inventar el fuego (papá decía que eran cosas al pedo, que quién mierda iba a querer comer carne cocida). Cuando volví, me cayeron con la noticia de que Eva estaba embarazada. Yo lo sospechaba, me resultaba raro que la vieja hubiera engordado tanto de golpe. Un par de meses después, nació él.

Rubio, hermoso, unos ojos verdes que se camuflaban con un día de primavera. Flaco, pero con músculos. Mamá lo mimaba todo el día, y papá le traía siempre alguna cosita nueva. Encima hasta nombre lindo le pusieron: Abel. Y la verdad es que al principio lo quería, lo quería mucho. Un poco boludo el pendejo, pero buen tipo, che.

El tiempo pasaba rápido, todos crecíamos/envejecíamos. Abel pronto fue más alto y fuerte que yo; papá nos empezó a llevar de cacería, aunque sospecho que a mí me llevaba por guardar las apariencias nomás. Nunca tuve demasiada puntería con la lanza. Obteníamos bastante más carne con mis trampas, pero cada vez que Abel venía enchastrado en sangre aunque fuera con el más minúsculo venado, en casa había fiesta.

Abel, Abel, Abel. El nombre me empezó a rondar a toda hora. De día, tenía que soportar las críticas de papá y mamá, y el pánfilo que se me reía cada vez que yo hacía algo mal. Y de noche, los sueños eran atormentadores, porque veía su rostro todo el tiempo.

Algunas veces, tenía ciertos consuelos. Inventaba cosas, cada vez más cosas; y sin ser soberbio, puedo decir que el más inteligente era yo. Pero eran cosas que valoraba yo nomás, mi familia (y todos nuestros descendientes) siempre fue más adicta a admirar el músculo y la fuerza bruta que la sutileza. Yo masticaba bronca, pero la controlaba.

Más llegó aquella jornada fatídica. Yo estaba en mi granjita, cuidando mis calabazas. De golpe sentí un estruendo monumental, el cielo se aclaró con una luz cegadora y una voz poderosa me empezó a hablar. Dios era bastante proclive a hacerse ver en esas épocas, así que mucho me inmutó. La cosa es que el barba quería que le hiciéramos un sacrificio. La idea me gustaba, Dios me caía bastante bien.

Junté mis mejores frutas y verduras, las lavé, las puse en mi canastita decorada con flores perfumadas, y partí. Me había puesto la mejor de mis ropas, y dentro de mi fealdad, mi aspecto era el mejor posible. Hice todo como se me había sido pedido, y esperé. Un rato después, cayó Abel. Me hizo un chiste relativo a mi sexualidad (el decía que eso de andar comiendo naranjas era de puto), que preferí ignorar. El había traído un cordero maltrecho y medio famélico, y la verdad es que tenía un olor a chivo que espantaba.

Y en eso aparece Dios de vuelta, rodeado de un ejército de ángeles con trompetas doradas (y sí, cuando el kía quiere dar espectáculo...). Nos mira a los dos, y sin dudar dos segundos, nos dice:
"Abel, eres tú mi hijo predilecto". Consternado, traté de entender, le quise preguntar porqué lo prefería a él. Me dijo que era porque Abel me amaba con su corazón, y yo con la mente. Pero la puta que te parió, viejo de mierda, o sea que el forro puede rascarse el culo y mearte la casa, pero como te ama de corazón, ¡ está todo bien!.

Yahvé se fue enseguida, así como vino. Abel me miró con su cara de niño bonito y sobrador. Amigo, te juro que cuando le clavé el puñal en el corazón ni me dí cuenta.

jueves, agosto 23, 2007

Un Paseo Debajo De Las Nubes

Anochece en Paraná, y empieza a hacer un poco de frío. El Estudiante del Profesorado de Historia (a partir de ahora, simplemente “El Estudiante”) se acaba de bajar del colectivo que viene de Santa Fe. Cansado, agobiado intelectualmente, sólo desea llegar a su casa, saciar su estómago, y encontrar algún objeto sobre el que pueda reposar en forma horizontal.

Remonta la dura subida de Avenida Ramírez a duras penas, haciendo un esfuerzo heroico en cada paso. Dobla por Deán J. Álvarez, que por gracia de Dios, es cuesta abajo. Allí, está, verde y un tanto oxidada, la parada del colectivo.

El Estudiante se sienta en uno de los mini-banquitos de algo similar al acero, y espera. El chicle que alguien dejó pegado en el asiento, sólo será descubierto (improperios mediante) al otro día.

El tiempo pasa. 5, 10, 15 minutos. Nada, ni el más mínimo atisbo del autobús. La gente que espera (porque, que se sepa, El Estudiante no es el único en la parada) se empieza a inquietar un tanto. No falta quien injuria a la empresa, e incluso alguno planea actividades terroristas.

Luego de unos 20 minutos, aparece Él. El Estudiante no puede evitar emitir una mueca de felicidad. Se lo ve a lo lejos, casi como asomando la nariz. Su figura roja, y el bendito cartel: “22 – Ramal La Loma”. El Estudiante observa que no hay otro mejor color que el rojo para el ómnibus, y supone que el otro único número aparte de el 22 (que si recordamos, en el mundo quinielero es “el loco”), digno de ser usado en esa línea sería el 666.

Entre protestas de ancianos airosos y madres de familia obesas, El Estudiante logra ingresar. Mientras pone la tarjeta, otea en el horizonte, buscando algún asiento vacío. Descubre que el único disponible es el más próximo a la puerta delantera. Con gran alivio, deposita sus asentaderas con un estrépito propio de un mamut.

Dura poco la alegría del Estudiante. En la parada siguiente, la del Hipódromo, sube una figura típica del mundo del colectivo: La Señora con su Niño No Tan Bebé. Este individuo, despreciable por demás, es capaz de las más bajas acciones con tal de conseguirse un asiento vacío. Si no está embarazada, recurre al primer niño de escasa edad que encuentra, aún cuando (como en este caso en particular) el infante en cuestión ya tenga unos cuantos años, y uno le encuentre incluso cierto parecido físico con el 2 de Chacarita. Con mala cara, nuestro héroe se irgue fastidiado.

Ahora bien, esta vil representante de la ruindad humana no ingresó sola, claro que no. Detrás de ella, ingresó toda su prole, y algunos miembros familiares más. Así, El Estudiante ve como este grupo de humanoides empieza a llenar el aire con sus guturales sonidos, y sus comentarios acerca del último show de Pibes Chorros. Intentando negar la realidad, nuestro protagonista enciende su reproductor de mp3, pero ni siquiera la voz del mismísimo David Gahan a todo volumen logra evitar que a sus oídos ingresen esos nefastos ruidos simiescos.

Dos paradas más, y el colectivo se llena, provocando que haga su aparición activa el jefe del móvil popular: El Colectivero Insultador. Este hombre, de unos 40 años, canoso (pero también con cierta calvicie), con su camisa celeste y toda transpirada afuera del pantalón, no tiene el más mínimo reparo de utilizar cuanta injuria inventada por el hombre exista, para lograr que los pasajeros se amontonen en el fondo, liberando así espacio para más pasajeros.

El colectivo intenta arrancar, pero, oh maldita fortuna, el motor decide entrar en huelga. “Todos Abajo”, es la orden del chofer. La masa humana desciende, y las quejas no se hacen esperar, nuevamente. Para colmo de males, esa estación se encuentra ubicada en una zona un tanto conflictiva. Un par de focos maltrechos sólo hacen más lúgubre la situación, y ciertos rostros de aspecto de “recién salí de la cárcel, y tengo ganas de entrar de vuelta”, hacen que El Estudiante se sienta un tanto amenazado, y llegue a jurarle a Mahoma una mezquita más fastuosa que la de La Meca si llega a salir vivo de allí.

Afortunadamente, el colectivo “de reemplazo” no tarda mucho en llegar. Pero toda solución, tiene su problema. Este carruaje viene tan cargado como el que se acaba de romper. Por lo tanto, la situación se torna un tanto complicada. Todavía más, si.

Contorsionando su cuerpo a la manera del más digno yogui hindú, El Estudiante logra posicionarse dentro del espacio físico del carromato.

Pero lo hace con tanta mala suerte, que se pone por delante de Laurita. Laurita rozará los 35 años, usa minifalda y tacos altos, y El Estudiante supone que su antiguo nombre era Roberto. Efectivamente, Laurita es físicamente similar a lo que pasaría si el pilar de los All Blacks decidiera vestirse de mujer. Con cierto miedo por su upite, nuestro actor principal cierra los ojos, y trata de evitar el contacto físico con su compañero/a (la clasificación, a cuenta del lector) de viaje, y rogando porque éste le permita mantener la virginidad anal.

Casi todos los sentidos de El Estudiante se ven invadidos de alguna manera. El paisaje, desolador, repleto de fábricas abandonadas y villas miseria en rampante progreso. Por los oídos, ingresan sonidos mezclados de El Nene que Llora (siempre hay algún niño que decide canalizar su enojo y/o frustración en público; maldito exhibicionista), el que decide mostrar a su compañero de asiento el último ringtong (inspirado en algún tema de Los Palmeras) que bajó a su celular y las puteadas de los otros conductores hacia el escasamente simpático chofer.

En cuanto al tacto, cada persona que decide bajar, provoca una marea humana, en la que no faltan apoyadas, toqueteos, pisotones, codazos, puñetazos y hasta la grulla de Karate Kid (esto por lo general, deriva en agrias discusiones, por parte de quien recibió la caricia en la zona de los glúteos o de quien sufrió el pisotón de alguna bota policial). Si a esto le sumamos los numerosos baches y frenadas, se concluye que el viajar en el 22 es casi un deporte de riesgo.

Pero, sin dudas, el sentido que se ve más groseramente atacado es el del olfato. Numerosos obreros absolutamente chivados, gente que la última vez que se mojó con agua fue cuando lo bautizaron, cierto tufillo maloliente que ingresa por las ventanillas (que, obviamente, están rotas; en pleno invierno, claro), y los numerosos flatos obsequiados por la multitud (a juzgar por el calibre de algunos, sus emisores parecieran haber pasado a mejor vida), hacen que la nariz de El Estudiante, termine directamente por insensibilizarse aún más que la nariz de Maradona.

Finalmente, el colectivo pareciera ir llegando a destino. Poco a poco se ha ido vaciando de gente, y en un giro irónico del destino, un asiento queda vacío una parada antes de que El Estudiante baje. El muchacho, elementalmente, dedica un “la puta que lo parió”.

Desciende, no sin antes sentir cierto escalofrío frente a los 4 Muchachos del Fondo. Inexorablemente, todos los colectivos 22, poseen en el fondo un grupejo de 4 muchachones con unos rostros semejantes a Hannibal Lecter luego de bardearse con la barra de Nueva Chicago.

Cuando llega a su casa, El Estudiante es feliz de haberse bajado. Pero también de haberse subido. Que sería del mundo si él no encontrara su inspiración allí, en ese vehículo tan sudaca.

sábado, agosto 11, 2007

No-Resaca

La placa lo mostró claramente: tengo una sinusitis del tamaño de toda la Patagonia. Aparte, una bronquitis galopante. Ergo, el dotor me dió una cantidad de antiespasmódicos, anfetaminas y antibióticos como para matar un caballo. Fenómeno, me estoy curando.
Pero hay un problema: tanto Bisolvon y tanto Klaricid (¿en qué carajo piensan cuando le ponen nombre a los remedios, eh? ¿será que estos sí se dan con lo que producen?) me ha inhibido de tomar ALCOHOL. Sí, señoras y señores: 15 días sin probar una gota del regalo de los dioses.
Para colmo, ni siquiera pude fumarme un pucho como para relajar la tensión. "3 meses sin tocar un pucho, o cagás fuego". Palabras del Dr. Abbote (díganme si no es groso el apellido).
La idea me dejó knock-out por unas horas. Piensénlo: El Perro Manolo, 15 días sin alcohol ni puchos (ni qué hablar de cualquier otro tipo de sustancias). Gracias, si quieren les doy un pañuelo.
Esto ha provocado que mi maltratado cuerpo me dé unas inusuales dosis de energía extra, y una mayor capacidad de atención y retención de conceptos. ¿Suena lindo? Pues les digo que es una reverenda cagada.
Salir de noche es una tortura: si normalmente la gente me parece pelotuda, sin ginebra en sangre me hace dar ganas de convertirme en un guerrillero suicida de la Jihad, y hacerlos volar en mil pedazos.
Para colmo, toda esa energía extra que tengo, la tengo al reverendo pedo: estoy de vacaciones. Mis días transcurren en un mar de aburrimiento, y yo con ganas de salir a trotar una maratón.
Para colmo, eso de estar hiperactivo me impide concentrarme demasiado tiempo en un mismo objeto: escribir estas líneas pedorras está requiriendo el mayor de mis esfuerzos.
Pero algo bueno hay: en un afán de lograr concentración interna, me he puesto a reflexionar.
Y sépanlo, estoy más que bien.
Cosas Raras (bah, rejunte de boludeces):
.Este post no debería ser, ya sale el tuyo, Albi
.Resulta que entran mas uruguayos que argentinos a mi blog. En cualquier momento tramito la doble ciudadanía.
.Me he vuelto adicto al té verde
.Estoy escuchando mucho black metal noruego.
.Mi perro tiene cáncer, un garrón.
.Erich Frömm me produce sensaciones ambivalentes.
.Este Newell's me gusta, si no se lesiona Steinert y si Donnet pone una poco de huevos, zafamos.
.La computadora me repele últimamente.
.Me bajé el original soundtrack de El Chavo.
.La humanidad evoluciona por error.

jueves, agosto 02, 2007

Suposiciones

- ¡ Abrigate, Manuel!-
- Si, abuela-
- Mirá que hace un frío TE-RRI-BLE-
- Sí, abuela-
- En Comodoro Rivadavia, pobre gente, hay menos diez grados bajo cero, y en...-
De nada serviría explicarle (o mejor dicho, recordarle) que Chubut está en la Patagonia, y nosotros estamos en el templado Litoral. Inútil sería exponerle que el frío que ella percibe no es tan terrible como ella cree; su (i)lógica es que si ella lo siente, entonces todo el mundo lo siente.
Podría reírme de ella; es lo que me veo tentado a realizar. Pero no lo haré, por distintos motivos. Primero, porque cuando yo sea viejo sea todavía mucho más incoherente, débil y resentido, así que mejor no burlar mi futuro.
Después, porque hace algo que todos hacemos en algunos momentos de nuestras vidas: creer que algo nos afecta, gusta o produce algo especial, afectará al resto del mundo de la misma forma; y si alguien manifiesta lo contrario, miente descaradamente o es idiota.
El millonario piensa que todo el mundo desea tener miles de millones. El homosexual da por hecho que todos los hombres esconden algún grado de deseo por otro hombre. El creyente fervoroso supone que todo aquel que no reza, se siente destruido en su pecado. Las mujeres "accesibles ", creen que aquella que no tenga el sí fácil a la hora del sexo, es una reprimida. Los infieles...
Esta tendencia es natural.Necesitamos extender nuestras creencias y prejuicios al resto de la sociedad. Necesitamos estableces generalizaciones sobre el resto de la gente. Podemos errar, o no, pero el hecho es que si nos pusiéramos a buscar la singularidad de cada persona, a intentar averiguar exactamente qué es lo quiere, el mundo se convertiría en un lugar muy poco práctico, y terminaríamos por cansarnos uno del otro.
Por otro lado, hay algo más profundo, creo. Esta situación, nos homogeiniza con el resto de la sociedad, nos hace creer que estamos un poco menos solos; al uniformarnos al resto de acuerdo a nosotros, pasamos a formar parte de NUESTRO Todo.


(Pss, que nadie se sienta especialmente atacado por los ejemplos que di, eh. Son sólo eso, ejemplos)

viernes, julio 27, 2007

Historia 1 - 3ª parte

(Me deposito en la silla, frente a la pantalla, con cierta sensación de culpa: había prometido al mundo (y a mí mismo) no escribir por un tiempo largo. Pero, demonios, no sirvo para estar mucho tiempo inactivo, no me sale estar triste y/o mal por tiempos prolongados. Si alguien quería buscar en mí al héroe romántico, depresivo y torturado, pues que se busque otro, yo no tengo voluntad de ser Kafka.
Escribo porque me es necesario. Como de costumbre, sin ningún plan o idea preconcebida, sólo me largo a escribir, impulsivo y algo febril. Mis dedos me provocan estremecimiento al correr ágiles sobre el teclado, y mis sistemas corporales se activan todos al mismo tiempo.
Debería estar estudiando, repasando la bendita unidad 3 para el final de Prehistoria. Pero Gordon Childe y Lewis Binford me resultan antipáticos por el momento, y me tranquilizo sabiendo que ya los leí al menos una vez (¡bendita sea mi inconsciencia!); escuchar Metallica a todo volumen y gritar un poco, definitivamente, es un mejor plan para esta mañana sanbenitense.
Acá va un proyectito de narración. Para quienes no conozcan, o no recuerden la historia, acá les dejo los links a las 2 partes anteriores:
http://blogdelperromanolo.blogspot.com/2006/11/historia-1.html
http://blogdelperromanolo.blogspot.com/2006/11/historia-1-2-parte.html)


Historia 1 - 3ª Parte.

El viejo me miraba con cara inexpresiva. O era un insensible, o ya lo había visto todo.
-Bueno, muy lindo todo, pero ¿y ahora que vas a hacer?- cortó en seco mi perorata de lamentos.
Mi mente se paralizó unos momentos. Entre tanto anhelo de libertad, entre tanta búsqueda de poder hacer lo que quisiera, había olvidado para qué quería esa libertad. Las cárceles se nos hacen costumbre.
-No sé muy bien...pensaba rajarme al extranjero- fue la primer respuesta fácil.
-Dejá de decir pelotudeces. A esta altura tienen tu foto hasta en el Congo, pendejo. Ni a Uruguay podés cruzarte-
-Entonces, no sé, me voy a algún pueblito-
-Mirá, hagamos una cosa. Yo ya estoy muy viejo, y los güesos me duelen cada vez má'. Yo te doy rancho, comida, y vos a cambio me ayudá' a laburar, ¿'tamo'?.
Gesticulé un sí con mi cabeza, cada vez más anonadado. Tanta generosidad en el viejo me hacía desconfiar, por más argumentos convincentes que me presentara. Pero dije que sí, porque ciertamente no tenía muchas más opciones: era eso, o los muros de cemento y alambre de púas otra vez.
Los primeros días allí fueron un tormento, debo reconocerlo. Mis manos de intelectual de capital de provincia estaban poco habituadas al trabajo manual, y me provocaba asco el andar pisoteando el excremento de las gallinas. A la semana, aproximadamente, caí enfermo, presa de una fiebre atroz. No podía ir a un hospital, por supuesto, así que Hugo me cuidó. Dos días veló cerca de mi cama, hasta que el puchero de gallina y algún té a base de hierbas del monte me curaron.
A esto había que sumar mi paranoia, en buena medida justificada. Cada ruido extraño que sentía a lo lejos hacía que corriera a esconderme en la casa, temblando ante la posibilidad de encontrarme con un uniformado. Las primeras semanas, era común recibir 2 visitas por día, inclusive, de la policía. Hugo gustaba de torturarme un poco, invitando a los policías a pasar a la casa, mientras yo, escondido en el armario, rezaba en silencio para que al viejo loco no se le ocurriera traicionarme de golpe.
Poco a poco la ley se fue olvidando de mí, y empecé a desaparecer para el mundo, a convertirme en un sin nombre, en un muerto viviente. Los policías empezaron a pasar una vez por semana, luego una vez por mes, y finalmente, dejaron de pasar. Mi cuerpo se endureció, y remover la mierda de los chanchos dejó de provocarme náuseas. Y así, el tiempo fue pasando; de a poco, volvía a ser un hombre.

miércoles, julio 25, 2007

Noticias

(sé que prometí que por un tiempo no iba a postear nada, pero estas dos cosas son URGENTES en mi opinión)

Punto 1:
Aquí en Paraná, quieren construir un Shopping. Perfecto, un lugar así traería grandes inversiones, modernizaría la ciudad, etc, etc. Pero hay un problema: el lugar proyectado es el Hipódromo de Paraná, único pulmón verde de importancia dentro del radio urbano. Más información, acá:
http://eldiario.com.ar/buscar.asp?id=mtc&cod=125426&pr=Hip%F3dromo
Desde ya, EBDPM se manifiesta total y absolutamente en contra de la desaparición del Hipódromo...es demasiado obvio el porqué (a esto hay que sumar que uno de los posibles inversores sería el GRUPO MACRI).
NO A LA DESAPARICIÓN DEL HIPÓDROMO.

Punto 2:
Algo más alegre, los amigos Pintatanques están logrando cosas todavía más importantes...vean si no: http://pintatanques.blogspot.com/2007/07/oro-verde-tanque-de-guerra-familia.html
Y el mundo no es tan idiota, algo ve:
http://www.analisisdigital.com.ar/noticias.php?ed=1&di=0&no=62407


Ah, encontré 2 páginas raras:
http://blogdelperro.blogspot.com Otro perro más en la interné'! (gracias Ani)
y
http://shelleytherepublican.com Taradísimo (aunque este lo conozco hace rato)

(volveré...entreteneros mientras tanto)

jueves, julio 19, 2007

Negro

De Rosario me llegó una noticia de mierda (así lo hubiera dicho él): http://www.lacapital.com.ar/2007/07/19/ciudad/noticia_404449.shtml
El Negro no está más con nosotros. El mundo perdió una sonrisa, y una gran neurona. Te vamos a extrañar, canallote.

Para quienes no sepan quien fue...una brevísima y muy incompleta síntesis:
La historia de un tipo que tuvo un objetivo simple y grande: hacer reír

“De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro”, solía decir Fontanarrosa de sí mismo.

Nació el 26 de noviembre de 1944, y desde joven se destacó como dibujante humorístico, no sólo por su inventiva, sino por la personalidad de sus trazos.

En 1961 abandonó el colegio secundario y se conectó con la historieta como lector de “Hora Cero”, la revista fundada por el precursor Héctor Germán Oesterheld. Al año siguiente viajó por primera vez a Buenos Aires en busca de trabajo, pero volvió con las manos vacías.

En 1963 comienzó a trabajar en una agencia de publicidad. Su genio creativo estaba presente, aunque aquel no era un traslucía en un aviso”, decía Fontanarrosa.

En 1968, época del Mayo Francés, publicó el dibujo de un policía que mostraba su bastón manchado de rojo sangre y decía: “No hay ninguna duda, eran comunistas”. Fue el primer chiste gráfico que se le conoce.

Fue la época en que comenzó a colaborar en la revista Boom, donde fue contratado primero para ilustrar la tapa y terminó a cargo de la página de humor.

En el 73 se instaló el personaje de Inodoro Pereyra, junto con Mendieta y su “que lo parió”, y de la Eulogia (inspirada en la canción "La Pomeña"). El personaje se instaló durante décadas en el diario Clarín.

Por esa época el bar El Cairo ya comenzaba a ser escenario de la mesa de los galanes, un grupo de amigos que se daba cita obligada en el café de Sarmiento y Santa Fe, y que inspiró uno de sus libros.

En el 79 Boogie el Aceitoso ingresó en la revista Humor Registrado, y se convirtió en otro clásico del Negro, reeditado años después por La Maga.

En el 80 comenzó a colaborar con la producción de los espectáculos de Les Luthiers. Fue además la década en la que resultó muy prolífica su obra literaria. Canallón a muerte, le dedicó al fútbol una parte de esa obra literaria, como el cuento "19 de diciembre de 1971".

Entre sus libros figuran: “El mundo ha vivido equivocado”, que fue su primer título de cuentos publicado, al que siguieron “No sé si he sido claro”, “Nada del otro mundo”, “Uno nunca sabe”, “Los trenes matan a los autos”, “El mayor de mis defectos” y “La mesa de los galanes”, entre varias compilaciones de relatos. Entre sus novelas, a la primera “Best seller” le siguen “El área 18” y La gansada”; amén de las compilaciones varias de las historietas de sus personajes más famosos: “Inodoro Pereyra, el renegau” y “Boggie, el aceitoso”.

martes, julio 17, 2007

Elogio de la mediocridad.

En uno de los brillantes diálogos entre los protagonistas de “El Hombre Que Fue Jueves” (a propósito, cuando termines de leerlo, devolvelo), Chesterton, el hombre de la panza feliz, nos ponía frente a la siguiente discusión: Lucian Gregory, el poeta anarquista, sostenía que no había lugar más deprimente en el mundo, y no había cosa más ordinaria que un operador de subterráneo, que el subte mismo. Mientras tanto, sentado en la otra punta de la mesa, Gabriel Syme sostenía exactamente lo contrario…nos hacía ver, que contrario a lo que opinaba el anarquista, no hay cosa más extraordinaria, que (para dar un ejemplo más doméstico) tomarse el colectivo que va a Rosario desde Santa Fé, y que este, efectivamente, LLEGUE a Rosario; que ese colectivo bien podría terminar en Salta o en Beijing, o no llegar nunca: lo maravilloso era ese orden que permitía que las cosas fueran previsibles.

En El Eternauta, en su primera etapa, Salvo y el tornero Franco logran derrotar por primera vez a uno de los “Manos”. Mientras el Mano agoniza, recupera su “humanidad” (no es exactamente el término más apropiado, pero se entiende), y contempla una cafetera, una simple y corriente cafetera de lata. Y la describe como un objeto hermoso, aún cuando fuera un instrumento de los más ordinarios; logra ver en ella años, milenios de desarrollo humano, siglos de inventiva.

En diversas posturas artísticas es muy común que se sobrevalore lo raro, que se aplauda todo lo extraño, sólo por el hecho de ser diferente y extraordinario. También hay un notado menosprecio por todo aquello que sea común, por todo aquello “de todos los días”…en términos de muchos, todo eso es vulgar y feo. Se ha hecho de lo mediocre una denigración, y de la palabra patético, un insulto.

Pues yo me opongo, raza humana. Yo amo los colectivos. Amo caminar por las calles, aún con alguna bolsa de basura fuera de lugar. Amo ver los pocos potreros de fútbol que van quedando, y los niños sucios y transpirados insultando y corriendo detrás del balón. Adoro con todo mi corazón las tostadas que me hace mi abuela, todos los días desde que tengo memoria. Me gusta mi perro, también, con sus 15 años y su renguera encima.

No quiero sonar a discurso barato al estilo Coelho, no. Tampoco quiero ser un apologista del no evolucionar, no: siempre es necesario aspirar a más, a tratar de mejorar lo que nos rodea…mantenerse siempre en el mismo lugar es estúpido incluso.

Pero apunto a que también valoremos un poco más la mediocridad. ¿Dije mediocridad? Si, esa palabra tan poco querida hoy en día…la mediocridad, de acuerdo a los diccionarios, es lo mediano, lo de escasa importancia. Y yo digo que debemos valorar justamente eso: las pequeñas cosas, repetitivas si se quieren, que nos rodean.

Si no logramos reírnos y disfrutar (sin perder la visión objetiva en las cosas, por favor no caigamos en la locura) aún rodeados de las más normales cosas…estamos más jodidos de lo que ya estamos por ser humanos. Si no valoramos eso…entonces no sé para que estamos.

(Si, alguno podrá decirme que Podeti ya había hecho un post más o menos referido al mismo tema. Podrá ser, si…y probablemente el mío sea mucho más feo, y menos divertido. Pero tenía que dar mi posición al respecto, también).

"Sé siempre cómico en la tragedia. ¿Qué se puede ser sino?" (Gabriel Syme)

viernes, julio 13, 2007

Ficciones

Cuando era un niño, mi vida y mis gustos eran bastante diferentes al del resto de mis compañeritos: no me gustaba jugar ni ver fútbol, nunca quise ser ni bombero ni astronauta, no miraba “Brigada Cola”, no coleccionaba ni muñequitos ni figuritas; me gustaba leer, escuchar Nirvana y Queen, quería ser científico o pintor, dibujaba y cantaba mucho, y tenía buenas notas.

Amigos tenía pocos, de hecho, no habrán sido más de dos o tres. El resto, por supuesto, me aborrecía. Las risas y burlas hacia mí eran una cosa bastante constante (creo que de ahí viene mi instinto de intentar siempre diferenciarme del Otro), y las golpizas estaban a la orden del día. Aprovechando mi alta talla, conseguía repeler con bastante éxito los ataques (y de ahí es de donde viene mi afición por la violencia).

Pero esta técnica era un poco agotadora, y tenía sus defectos: si venían de a dos o tres, se hacía difícil. Además, por fuerte que fuera, nunca iba a poder castigar a todos aquellos que se burlaban de mí. Urgentemente me hacía falta encontrar otra forma de ser aceptado, o al menos, de pasar inadvertido.

Junte fuerzas, cruzé, y entré al kiosco.

-Hola, disculpe señor ¿tiene el álbum de figuritas de los Power Rangers?-

No recuerdo bien si era de los Power Rangers, o de los VR-Troopers; la cosa es que me traicioné a mi mismo y me compré el álbum, y todas las figuritas que pude. Días después, era uno de los niños más populares en el patio durante el recreo. Mis compañeros intercambiaban conmigo, y yo hablaba como toda una autoridad sobre un tema que, a decir verdad, me importaba poco y nada. Ese hecho, no es tan anecdótico como pueda parecer. De hecho, así descubrí una cosa que sería uno de los pilares de mi futura vida: el engaño.

Aprendí a mentir: empecé a ver los programas de éxito, mis pies empezaron a perseguir balones y obtener el muñequito del caballero dorado de Acuario se convirtió en una obsesión. Y ya no era tanto por el hecho de ser aceptado que hacía esas cosas, de hecho, me había convertido en uno de los líderes de mi grupito. No, había aparecido una característica básica de mí: el placer de mentir.

Efectivamente, a partir de allí mi vida comenzó a tener dos caras: una para mí, y para algunos íntimos, donde yo seguía siendo el de siempre; y otra para el mundo, donde me ponía mil máscaras, y disfrutaba con cada artimaña que tenía éxito.

A medida que pasaba el tiempo, mis mentiras eran cada vez mayores, mejor elaboradas y más fantásticas. Que yo solo había dejado fuera de combate a tres grandotes 4 años más grandes que nosotros, que mi papá medía tres metros, que mi abuela tenía 150 años.

Pronto me aburrí de mentirle a mis compañeros, y empecé a buscar nuevos rumbos: vecinos, primos. Tiempo después “debuté en Primera”, y comencé a falsearle conscientemente a los adultos. Era increíble lo que una voz de niño pequeño y un poco de llanto podían lograr.

También es verdad que muchas de mis mentiras han pasado a formar parte de mi vida. El ejemplo más claro de todos, probablemente, sea el fútbol: nadie en su sano juicio debe poner en tela de duda mi fanatismo por Newell’s.

Hoy en día ya no miento tanto; mi necesidad de hacerlo se ha reducido, y además de perder encanto, me aburre un poco. Aún así, cada tanto me mando una colosal treta, que quienes me rodean degluten felizmente. Y ojo, no me crean todo lo que dije.

martes, julio 10, 2007

Snow

El diario hoy muestra: “Los porteños disfrutaron de una histórica nevada”. El noticiero televisivo muestra la felicidad de la gente de Barrio Norte armando muñecos de nieve (¡ahora sí que somos Primer Mundo, eh!).

Mientras tanto, en una casilla de alguna villa, los pendejos tiritan, no sólo de frío, si no que también de hambre. Y en alguna escalinata de iglesia, algún que otro viejo se muere sin que a nadie le importe.

¿Pero, que mierda pasa? ¿Cómo carajo están festejando que nieva, la puta que los parió? ¿No se dan cuenta de lo que significa, idiotas?

Por un lado, antes de esto, incluso, ya estábamos al borde de un colapso energético. El país consume más recursos de los que puede… ¡y ahora esto! No sé de donde vamos a sacar gas, ni petróleo…me jode.

Segundo, la gente. Está bien, vos, tierno muchacho de clase media que estás cómodo en tu casa, con tu plato de comida asegurado, y que para divertirte, salís a hacer formas chistosas con la nieve. Pero, ¿y todos aquellos que viven en alguna villa o barrio precario, que ya en los días “comunes” la pasan mal? ¿No existe esa gente? Pero claro, es más lindo de ver un nene rubio, para sentir que somos unos nórdicos cualquiera.

Tampoco pareciera que a nadie le importa demasiado PORQUÉ pasa esto. Somos un país que en su mayor parte es casi subtropical, entiéndanlo. No es normal que en Gualeguaychú o Córdoba se estén registrando temperaturas bajo cero…creo que tienen un agujero del tamaño del de Ozono, pero en la cabeza.

Y sin embargo, los noticieros siguen publicando la “Maravilla Blanca”. Entiéndanme entonces si dejo de ver televisión del todo.

P/d: Esto es más boludo, pero aparte me hace acordar al Eternauta, por obvias razones. Y sí, cada día escribo peor.

----------------------------------


Actualización: No, no dije nada acerca del "Día de la Independencia" de ayer. ¿Porqué? Porque soy entrerriano: mi provincia no tuvo un choto que ver, nosotros ya habíamos declaro nuestra independencia antes, inclusive.

domingo, julio 01, 2007

Novepasado


Ibas caminando, eras la única de ese lado de la vereda. Siempre sos la única de tu lado en la vereda: siempre sos única en todo, aún cuando no quieras.
Te observé, me miraste, pero nos vimos. Y sin embargo, el tiempo se detuvo, en esa fracción de milisegundo que dividió al mundo en dos. Fue tanto, tan intenso, y por ende tan breve, que la tierra no lo resistió. El mundo era otro; pero las personas siguieron caminando, los niños jugando, los adultos matándose y amándose, y nadie se dió cuenta de nada: en su ilusión, creían tener un pasado, soñaban que sus recuerdos eran reales.
Y sólo vos y yo sabíamos la verdad. Y yo me angustiaba, y me importaba todo eso. Pero vos te reías, con tu risa desprejuiciada e irónica; nunca te importaron las sandeces-sin-sentido que tanto nos gusta mostrar al resto.
Y ese milisegundo terminó, y te perdiste en la nada, en esa calle gris. No te vi más, pero tu recuerdo es una sonrisa.

(Post dedicado a la fotografiada, mi prima Ariana...la mejor modelo de fotos raras y mejor prima que un paranaense de 19 años, hincha de Newell's podria tener, lo juro. El texto venía mejor, pero no pude mejorarlo. Quizás después le haga un retoque)

martes, junio 26, 2007

¿Lunes otra vez?

(post hecho sin mucho cariño que digamos)


Viernes, a la noche

Hoy perdí la billetera. Soy un boludo; mi desorden crónico no tiene cura.

Lunes, a la tarde

He demorado la denuncia de “extravío de célula nacional” de identidad más de lo aconsejable. Cualquier lumpen amigo de los objetos que no le pertenecen podría estar haciendo su trabajo, y dejando mi billetera en el lugar del hecho. Decido que, definitivamente, una improbable estadía en la cárcel no sería la mejor opción, con tanto parcial de práctica de la comunicación dando vueltas.

Tomo mi campera verde y un poco de valor, y salgo a la calle. Apenas salgo, me empiezo a insultar a mí mismo. Y claro, de no ser por mi bendita falta de atención hacia mis objetos personales, ahora podría estar en casa estudiando tranquilamente la unidad tres de prehistoria. De hecho, hay un montón de cosas que precisan mi atención en este momento. Y no, acá estoy, saludando a los vecinos al pasar, mirando con desagrado ciertos asentamientos primitivos a base de chapaycartón.

Una gota me cae. El cielo está gris, pero no da signos de lluvia, no se ven nubes. El pueblo sambenítense aparece a lo lejos, tan a lo lejos, engañando a la vista; en menos de quince minutos estaré allí, si mis grandes y buenas piernas no me fallan. La perspectiva de llegar allí no me entusiasma demasiado, y mucho menos la idea de ingresar a una comisaría.

Otra gota más, y otra, y otra. Ahora sí, empezó a gotear. El goteo se convierte en una robusta llovizna, y yo desacelero el paso. Ya que mi destino de caminante no es de mi agrado, al menos disfrutaré el paseo (quienes me conozcan, sabrán cuanto disfruto la lluvia, en el momento del año que sea).

Las distancia entre las casas se hace cada vez más estrecha, y el ahora mojado suelo toma el color gris del asfalto de mala calidad. Definitivamente, he llegado a San Benito Town. Camino un par de cuadras, doblo en otras tantas, y llego. Ahí está, la mole azul y descascarada de la vieja casona que hace las veces de comisaría pueblerina.

-Buenas, vengo a hacer una denuncia por pérdida de la célula – exclamo al llegar, con la lengua atorando un poco mi castellano.

-Ajá – me dice un policía cuarentón, panzón y bigotudo, que mira con cierta desconfianza mi pelo más-o-menos-largo –Pasá ahí y sentate, gurí – me dice señalándome una habitación iluminada débilmente.

La habitación huele a amoníaco, a sangre, a vieja represión. Un grupo de tres ancianas hablan de cómo cocinar mejor pescado de río, mientras esperan algún tipo de documentación. Mientras miro por la ventana, la llovizna (que a esta altura, ya evolucionó en franca y fuerte lluvia) parece una cosa abstracta, que forma barro gracias a un proceso casi totalmente aséptico.

Las viejas entran en una pieza, obedeciendo al llamado ronco de una voz masculina: el próximo en entrar ahí soy yo, supongo. Mis dedos empiezan a tamborilear débilmente sobre el banco de madera: no hay caso, el ritmo musical me ha sido vedado, por algún extraño motivo kármico.

Estoy en esas insolentes cavilaciones, cuando un joven sub-oficial (como hijo de policía, instintivamente sé diferenciar rangos policiales) me llama. No me toca la misma habitación que las ancianas, pareciera.

Un paso antes de entrar, y ya doy por descontado todo el proceso: el gordo bigotudo de la puerta, acompañado del suboficialito, haciéndome preguntas secas sobre mis datos, mientras entre ellos hacen jocosos comentarios sobre el accidente del Pedro y toman mate aguado. Busco mi mejor máscara de hombre duro, e ingreso bajo el dintel.

Grande es mi sorpresa al encontrarme con una hermosa mujer, de unos veintiocho años, de cabello marrón rojizo. Con una voz que se me antoja algo grave, pero sumamente agradable, me invita a sentarme. Con la mayor amabilidad del mundo, me pregunta mis datos, mientras me conversa sobre el clima y las nubes. Todo en ella revela una delicadeza poco creíble en un entorno tan hostil a toda manifestación de belleza. Sus rasgos, su movimientos, todo es sutil en ella; la vulgaridad de su uniforme y el chirriante ruido de la impresora vieja no hacen más que resaltar sus virtudes.

El trámite se hace corto, demasiado para mi gusto, y me voy, convencido de que aún en los lugares más desagradables es posible que lo sublime se manifieste.

Afuera la lluvia sigue tan impetuosa como antes, y me preparo para una larga y mojada travesía. Ingreso a un quiosco, y me compro una gaseosa de cola. Pago, y siento un pequeño placer: este pequeño acto capitalista, tan ordinario para mí en otras ciudades, tan universal, me reconcilia un poco con San Benito, me hace sentir que puedo ser tan ciudadano aquí como en París o New York.

Sigo caminando, y me cruzo con gente que corre apurada, cada vez más apurada a medida que las agujas de agua se hacen cada vez más espesas. Quienes han tenido la suerte de refugiarse bajo algún techo, miran con cierta lástima mi caminar lento. Pobres, si soy yo el que siente pena por ellos.

Mi cuerpo se va congelando cada vez más, y cada roce de mis dedos con alguna cosa me provoca cierto dolor. El llevar la Pepsi fría en mi mano no hace más que acrecentar las sensaciones, y al saborearla en mi boca, percibo como todos mis sentidos están al máximo, como cada célula nerviosa se activa.

La vista no quiere ser menos que los demás, y ayudada por las intermitentes luces de los focos y las engañosas gotas, me regala paisajes tan extraños que ni el André Breton más drogado se hubiera imaginado.

Voy bajando la cuesta final hacia mi propia calle, y mi ropa pesa el doble, gracias al efecto del agua acumulada en su trama fibrosa. Siento como mis pies se van hundiendo en un barro resbaloso, y cómo de a poco mis zapatillas van reteniendo cada vez más líquidos. Doblo en la esquina, y busco el mejor lugar para pasar, pisando en una piedra y balanceándome cual saltimbanqui entrerriano.

Mi mente va imaginando multitud de situaciones: desde alguna situación lovecraftiana hasta alguna batalla mítica entre indios chanaes y españoles, pasando por algún relato detectivesco. Mi casa está cada vez más cerca, y yo voy cada vez más lento, plenamente gustoso de este frío que me hace castañear involuntariamente los pies.

Un charquito en medio de la calle, nada difícil de saltar. Apoyo mi pie en una piedra, giro mi talón…y sin darme cuenta, caigo de bruces en el lodo más blando que conocí en mi vida.

En eso, suena mi celular, con ese bendito ruido ululante y molesto que ya muchos han llegado a detestar, inclusive.

-¿Hola? – atiendo, mientras intento incorporarme.

-¡Nene!- la voz de mi abuela suena vibrante, con su tono leonino de siempre - ¡Está lloviendo!-

No alcanzo a escuchar más, pues mi carcajada de hiena me impide continuar la conversación.

Ya me bañé, ya cambié mi ropa, ya mis manos recuperaron su sensitividad habitual. Analizo mi tarde y en especial mi pequeño viajecito.

¿Resultado? No hice nada productivo. Esa denuncia podría haber esperado, y como dije antes, podría haberme quedado estudiando (que bastante atrasado estoy). Como cada tanto, fui fiel a mi costumbre: hacer cosas sin razón o motivo, y de agravar más la situación sólo por disfrutar.

Pero la verdad, es que el día que todo tenga sentido en mi vida, el día que cada acción que realice tenga un fin provechoso y beneficioso, ese mismo día, me cuelgo de alguna soga o me arrojo al río con un salvavidas de hormigón armado.