miércoles, noviembre 22, 2006

Historia 1 - 2ª Parte


Sentí un ruido a lo lejos. Podría decir que me asusté mucho, que mi mente se paralizó del terror o que mi temor fue infinito, pero la verdad, prefiero ser sincero: me cagué en las patas, simplemente.
“Puta madre”, pensé “Ni dos horas duró mi libertad”. Y busqué el sitio más oscuro de toda la casa, donde les fuera más difícil de encontrarme, aunque eso sólo fuera un mero atraso de lo inevitable. Un armario, dentro de la única habitación de la casa fue el escondrijo perfecto.
Oí pasos cerca de la puerta, pero me extrañó no sentir ni el ladrido del perro que había visto a la entrada ni el típico jadeo de los sabuesos policiales. Los pasos se fueron haciendo cada vez más cercano, hasta que fue evidente que alguien había entrado a la casa.
Un ruido de latas sonó, y una voz cascada, algo afectada por el cigarrillo y notoriamente vieja exclamó:
-Dale, pibe, salí de ahí adentro-
En ese momento, me desmayé.

El público y yo aguardábamos expectantes la aparición del juez. Mi abogado me miraba con cierta lástima, esa lástima mezclada con cierto alivio de no ser él quien iba a ser condenado.
Los murmullos se hacían cada vez más y más fuertes, y de repente, se abrió la puerta lateral, y ahí apareció él. Y me di cuenta de que odiaba a ese hombre, aunque el sólo fuera un artefacto del Estado. Pero lo odiaba, porque ese hombre me iba a condenar a la cárcel.
La sentencia estaba pronta a ser leída, y yo ya me preparaba para oír mi condena, cuando la gran puerta de roble oscuro del juzgado se abrió de par en par, y un viento suave entró. Una luz esplendorosa apareció, y escuché la voz de Marcela, que me llamaba. Pero el único que pareció notarlo fui yo, porque el resto de las personas escuchaban con satisfacción el veredicto de cadena perpetua.
Un anciano, cuya cara no reconocí, se paró. Pensé que iba a gritar algo, pero para mi sorpresa, caminó y se acercó hacia mí. Y cuando estuvo al lado mío, me gritó:
-Despertate, pibe-
Abrí los ojos, y el anciano continuó:
-Vamos, gurí, despertate-
No alcancé a reaccionar, pero al menos logré recordar donde estaba. Me encontraba en la cama, en la única cama de la casa. También pude identificar a mi gentil despertador: al ver el cuerpo anciano y doblado en sí mismo, los ojos pequeños y la hirsuta, desprolija y blanca barba, supe que era el viejo cuya voz me había hecho desmayar.
No sabiendo que decir, esperé a que el viejo se alejara un poco de la cama, y me senté en el borde. Era evidentemente de mediodía, o quizás un poco más tarde aún
El hombre, de aspecto antediluviano, se dio vuelta y se dirigió hacia la cocina-comedor. Como una mascota, lo seguí, más por instinto que por otra cosa. El viejo sacó una botella de whisky de un armario, junto con un vaso, y bebió un trago.
-Lindo cagaso te pegaste anoche, che- me dijo – te caíste redondito nomás.
-Disculpe, no quería joderlo. Ya me voy- le expresé, tratando de reducir al mínimo mi estadía en esa casa.
-Que tanto lamentos, gurí. Cuando era pendejo, también estuve en la cárcel-
-¿Y usted como sabe que estuve en la cárcel?- mi voz temblaba un poco. El viejo me había puesto ya lo suficientemente nervioso como para que ni siquiera intentara ocultar mi identidad.
-Hoy a la mañana pasó la cana por acá, buscando un loco que se había rajado del penal. Además, ¿una persona común se metería así nomás en una casa ajena?- su voz había tomado un leve tono sarcástico.
En ese momento, me empezó a caer simpático.
-Pero yo fui condenado a cadena perpetua por un asesinato. ¿No le da miedo que lo pueda matar?- pregunté, con algo de desconfianza aún.
-Pero no, m’ijito- el viejo se echó una larga carcajada- Creo que se me nota que viví mucho, y bien lindo viví ya. No tengo a nadie a quien cuidar. Capaz que lo único que me falta conocer es la muerte. De las cosas interesantes, digo.-

Venciendo mis temores a ser atrapado, me quedé a almorzar en lo del viejo, que resultó llamarse Hugo. No hablaba mucho, casi lo imprescindible, pero mantenía siempre un aire de buen humor que resultaba confortador.
Le conté mi historia, de cómo me había puesto de novio con Marcela, y cómo habíamos sido atacados, esa noche que yo la había ido a buscar a la facultad. Y de cómo, por errores lamentables, había quedado incriminado yo, que era quien más la quería, posiblemente la única persona que la quería.
En poco tiempo a partir de ahí, fui despedido de mi puesto en la facultad, fui encarcelado mientras esperaba el proceso, y finalmente de cómo había sido encerrado en la cárcel.
Sobre mi estadía en la prisión, no había mucho que contar, nunca tuve contacto con los demás presos, por lo que mi única compañía en esos años fueron los libros de escaso valor (económico y literario) que me proveían una vez cada quince días.
Narré con lujo de detalles mi huida, el único episodio digno de contarse en ese proceso de casi 5 años.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho puto, posta posta. A ver si la continuás...

Hablando del tema yo tengo que terminar un par.

Te veo por ahí.