jueves, noviembre 09, 2006

Historia 1

Corría, sin rumbo alguno. La prisión debía quedar atrás, lejos, muy lejos; no importara cómo (ni dónde). La prisión, la cárcel…ese sitio donde había pasado 4 navidades encerrado, aislado de toda persona que no fuera el guardia que me pasaba mi ración diaria a través de las rejas.
Una alarma sonó, pero yo ya estaba lejos, lo suficiente para saber que era libre, que era un hombre otra vez…

Un perro ladraba, pero hice caso omiso de sus amenazas y avancé hacia la casa. Un fuerte olor a guiso de puchero, que en otros viejos tiempos me hubiera resultado la cosa más disgustante del mundo, ahora me hacía sentir tremendamente feliz.
Supuse que no había nadie, así que entré, y me quedé un rato en el dintel, acostumbrando mi vista a la penumbra…
Mis ojos, ya familiarizados a la oscuridad, encontraron una silla. Me senté, y descubrí que enfrente de mí había una mesa. Tanteé, y descubrí que sobre ella había un plato, que contenía una hogaza de pan casero con chicharrón.
Como un hombre en el desierto que encuentra una botella con agua, mi alegría no tuve límites. Corté un gran pedazo, y me lo llevé a la boca… ¡ah, que placer, que maravilla! Era la comida más extraordinaria que jamás había probado: sabía a libertad.
Comí, y comí, hasta saciarme, y entonces lloré. Lloré como un niño, y también como hombre. Un solo, corriente pedazo de pan me hacía ver la felicidad de saberme vivo otra vez…

No hay comentarios.: