jueves, noviembre 09, 2006

Historia 2

“Y entonces… ¿que?”, se planteó Mateo. Estaba allí, al borde de la barranca. Unos hombres en la distancia freían pescado. El olor era repugnante, pero no inquietó en lo más mínimo al hombre, quien descendió presuroso por la barranca.
Una piedra, dos, no había caso, nunca iba a poder hacer “sapito”: ese precioso efecto que se logra hacer rebotar repetidas veces una piedra sobre la superficie del agua. No era algo que lo preocupara seriamente, pero integraba esa pequeña lista de actos inútiles antes los cuales se sentía un minusválido, como hacer globos con el chicle, o aros de humo con el cigarrillo, y que a decir verdad, lo hacían sonrojarse un poco.
El sol iba subiendo cada vez más, pero la lancha aún no había llegado. Sabía que iba a venir en algún momento, pero ese momento bien podían ser las once de la mañana o las nueve de la noche, o a cualquier hora de ese día, ya que solo le habían dicho que debía esperar la lancha en la barranca a partir de las 9 de la mañana. Y que llevara ropa cómoda. Buscó un árbol con sombra, y se sentó a esperar.
Un vecino que pasó lo miró algo desconfiado, pero siguió su camino sin decir nada, con ese silencio algo misterioso de los canoeros del río Paraná. Era poco común ver extraños por esa zona, pero el pescador prefería no pensar en lo que no le concernía.
Mateo aprovechó un poco el tiempo de espera, y comenzó a repasar mentalmente como iba a organizar su tiempo.

No hay comentarios.: