No va a faltar quien me remarque lo horrendo de mi crimen, y el hecho es que, lo que hice está realmente mal. No intento justificarme, ni mucho menos, presentarme como un tierno corderito (¡vaya paradoja sería!), tantos años de aislamiento provocaron que mi vida se transformara en un único acto de cinismo. Por si no te diste cuenta de quién soy, querido lector, te lo aclaro: yo soy Caín, el primer hijo del Hombre. Y el primer asesino.
Si analizamos un poco a mis ancestros (tarea por demás fácil), veremos que ellos tampoco fueron unos santos, precisamente. No eran malos, no. Pero eran humanos, y por ende, lo suficientemente pelotudos como para creerle al Diablo. Eran una pareja feliz, hasta que los expulsaron del Paraíso: desde entonces, todo fue de mal en peor. Mamá se convirtió en una mujer resentida que se pasaba todo el día gritando, y papá, para abstraerse, se iba todo el día de cacería.
Hasta que un día, Eva se embarazó. No entendían muy bien de qué iba la cosa, y en esa época todavía no existían los cursos de preparto. Nací gordo, peludo y morochón. Adán desconfió un poco al principio: no entendía como carajo le había salido tan fiero.
Los primeros años de mi vida los pasé bastante bien. Papá decía que no era lo suficientemente mayor como para salir a mamar mamuts con él, así que me quedaba en la cueva con mami; a lo sumo, la acompañaba a juntar bayas y raíces.
Pero un día todo cambió. Yo había salido a inventar el fuego (papá decía que eran cosas al pedo, que quién mierda iba a querer comer carne cocida). Cuando volví, me cayeron con la noticia de que Eva estaba embarazada. Yo lo sospechaba, me resultaba raro que la vieja hubiera engordado tanto de golpe. Un par de meses después, nació él.Rubio, hermoso, unos ojos verdes que se camuflaban con un día de primavera. Flaco, pero con músculos. Mamá lo mimaba todo el día, y papá le traía siempre alguna cosita nueva. Encima hasta nombre lindo le pusieron: Abel. Y la verdad es que al principio lo quería, lo quería mucho. Un poco boludo el pendejo, pero buen tipo, che.
El tiempo pasaba rápido, todos crecíamos/envejecíamos. Abel pronto fue más alto y fuerte que yo; papá nos empezó a llevar de cacería, aunque sospecho que a mí me llevaba por guardar las apariencias nomás. Nunca tuve demasiada puntería con la lanza. Obteníamos bastante más carne con mis trampas, pero cada vez que Abel venía enchastrado en sangre aunque fuera con el más minúsculo venado, en casa había fiesta.
Abel, Abel, Abel. El nombre me empezó a rondar a toda hora. De día, tenía que soportar las críticas de papá y mamá, y el pánfilo que se me reía cada vez que yo hacía algo mal. Y de noche, los sueños eran atormentadores, porque veía su rostro todo el tiempo.
Algunas veces, tenía ciertos consuelos. Inventaba cosas, cada vez más cosas; y sin ser soberbio, puedo decir que el más inteligente era yo. Pero eran cosas que valoraba yo nomás, mi familia (y todos nuestros descendientes) siempre fue más adicta a admirar el músculo y la fuerza bruta que la sutileza. Yo masticaba bronca, pero la controlaba.
Más llegó aquella jornada fatídica. Yo estaba en mi granjita, cuidando mis calabazas. De golpe sentí un estruendo monumental, el cielo se aclaró con una luz cegadora y una voz poderosa me empezó a hablar. Dios era bastante proclive a hacerse ver en esas épocas, así que mucho me inmutó. La cosa es que el barba quería que le hiciéramos un sacrificio. La idea me gustaba, Dios me caía bastante bien.
Junté mis mejores frutas y verduras, las lavé, las puse en mi canastita decorada con flores perfumadas, y partí. Me había puesto la mejor de mis ropas, y dentro de mi fealdad, mi aspecto era el mejor posible. Hice todo como se me había sido pedido, y esperé. Un rato después, cayó Abel. Me hizo un chiste relativo a mi sexualidad (el decía que eso de andar comiendo naranjas era de puto), que preferí ignorar. El había traído un cordero maltrecho y medio famélico, y la verdad es que tenía un olor a chivo que espantaba.
Y en eso aparece Dios de vuelta, rodeado de un ejército de ángeles con trompetas doradas (y sí, cuando el kía quiere dar espectáculo...). Nos mira a los dos, y sin dudar dos segundos, nos dice:
"Abel, eres tú mi hijo predilecto". Consternado, traté de entender, le quise preguntar porqué lo prefería a él. Me dijo que era porque Abel me amaba con su corazón, y yo con la mente. Pero la puta que te parió, viejo de mierda, o sea que el forro puede rascarse el culo y mearte la casa, pero como te ama de corazón, ¡ está todo bien!.
Yahvé se fue enseguida, así como vino. Abel me miró con su cara de niño bonito y sobrador. Amigo, te juro que cuando le clavé el puñal en el corazón ni me dí cuenta.