martes, agosto 28, 2007

Confesiones del pasado.

No va a faltar quien me remarque lo horrendo de mi crimen, y el hecho es que, lo que hice está realmente mal. No intento justificarme, ni mucho menos, presentarme como un tierno corderito (¡vaya paradoja sería!), tantos años de aislamiento provocaron que mi vida se transformara en un único acto de cinismo. Por si no te diste cuenta de quién soy, querido lector, te lo aclaro: yo soy Caín, el primer hijo del Hombre. Y el primer asesino.

Si analizamos un poco a mis ancestros (tarea por demás fácil), veremos que ellos tampoco fueron unos santos, precisamente. No eran malos, no. Pero eran humanos, y por ende, lo suficientemente pelotudos como para creerle al Diablo. Eran una pareja feliz, hasta que los expulsaron del Paraíso: desde entonces, todo fue de mal en peor. Mamá se convirtió en una mujer resentida que se pasaba todo el día gritando, y papá, para abstraerse, se iba todo el día de cacería.

Hasta que un día, Eva se embarazó. No entendían muy bien de qué iba la cosa, y en esa época todavía no existían los cursos de preparto. Nací gordo, peludo y morochón. Adán desconfió un poco al principio: no entendía como carajo le había salido tan fiero.

Los primeros años de mi vida los pasé bastante bien. Papá decía que no era lo suficientemente mayor como para salir a mamar mamuts con él, así que me quedaba en la cueva con mami; a lo sumo, la acompañaba a juntar bayas y raíces.

Pero un día todo cambió. Yo había salido a inventar el fuego (papá decía que eran cosas al pedo, que quién mierda iba a querer comer carne cocida). Cuando volví, me cayeron con la noticia de que Eva estaba embarazada. Yo lo sospechaba, me resultaba raro que la vieja hubiera engordado tanto de golpe. Un par de meses después, nació él.

Rubio, hermoso, unos ojos verdes que se camuflaban con un día de primavera. Flaco, pero con músculos. Mamá lo mimaba todo el día, y papá le traía siempre alguna cosita nueva. Encima hasta nombre lindo le pusieron: Abel. Y la verdad es que al principio lo quería, lo quería mucho. Un poco boludo el pendejo, pero buen tipo, che.

El tiempo pasaba rápido, todos crecíamos/envejecíamos. Abel pronto fue más alto y fuerte que yo; papá nos empezó a llevar de cacería, aunque sospecho que a mí me llevaba por guardar las apariencias nomás. Nunca tuve demasiada puntería con la lanza. Obteníamos bastante más carne con mis trampas, pero cada vez que Abel venía enchastrado en sangre aunque fuera con el más minúsculo venado, en casa había fiesta.

Abel, Abel, Abel. El nombre me empezó a rondar a toda hora. De día, tenía que soportar las críticas de papá y mamá, y el pánfilo que se me reía cada vez que yo hacía algo mal. Y de noche, los sueños eran atormentadores, porque veía su rostro todo el tiempo.

Algunas veces, tenía ciertos consuelos. Inventaba cosas, cada vez más cosas; y sin ser soberbio, puedo decir que el más inteligente era yo. Pero eran cosas que valoraba yo nomás, mi familia (y todos nuestros descendientes) siempre fue más adicta a admirar el músculo y la fuerza bruta que la sutileza. Yo masticaba bronca, pero la controlaba.

Más llegó aquella jornada fatídica. Yo estaba en mi granjita, cuidando mis calabazas. De golpe sentí un estruendo monumental, el cielo se aclaró con una luz cegadora y una voz poderosa me empezó a hablar. Dios era bastante proclive a hacerse ver en esas épocas, así que mucho me inmutó. La cosa es que el barba quería que le hiciéramos un sacrificio. La idea me gustaba, Dios me caía bastante bien.

Junté mis mejores frutas y verduras, las lavé, las puse en mi canastita decorada con flores perfumadas, y partí. Me había puesto la mejor de mis ropas, y dentro de mi fealdad, mi aspecto era el mejor posible. Hice todo como se me había sido pedido, y esperé. Un rato después, cayó Abel. Me hizo un chiste relativo a mi sexualidad (el decía que eso de andar comiendo naranjas era de puto), que preferí ignorar. El había traído un cordero maltrecho y medio famélico, y la verdad es que tenía un olor a chivo que espantaba.

Y en eso aparece Dios de vuelta, rodeado de un ejército de ángeles con trompetas doradas (y sí, cuando el kía quiere dar espectáculo...). Nos mira a los dos, y sin dudar dos segundos, nos dice:
"Abel, eres tú mi hijo predilecto". Consternado, traté de entender, le quise preguntar porqué lo prefería a él. Me dijo que era porque Abel me amaba con su corazón, y yo con la mente. Pero la puta que te parió, viejo de mierda, o sea que el forro puede rascarse el culo y mearte la casa, pero como te ama de corazón, ¡ está todo bien!.

Yahvé se fue enseguida, así como vino. Abel me miró con su cara de niño bonito y sobrador. Amigo, te juro que cuando le clavé el puñal en el corazón ni me dí cuenta.

jueves, agosto 23, 2007

Un Paseo Debajo De Las Nubes

Anochece en Paraná, y empieza a hacer un poco de frío. El Estudiante del Profesorado de Historia (a partir de ahora, simplemente “El Estudiante”) se acaba de bajar del colectivo que viene de Santa Fe. Cansado, agobiado intelectualmente, sólo desea llegar a su casa, saciar su estómago, y encontrar algún objeto sobre el que pueda reposar en forma horizontal.

Remonta la dura subida de Avenida Ramírez a duras penas, haciendo un esfuerzo heroico en cada paso. Dobla por Deán J. Álvarez, que por gracia de Dios, es cuesta abajo. Allí, está, verde y un tanto oxidada, la parada del colectivo.

El Estudiante se sienta en uno de los mini-banquitos de algo similar al acero, y espera. El chicle que alguien dejó pegado en el asiento, sólo será descubierto (improperios mediante) al otro día.

El tiempo pasa. 5, 10, 15 minutos. Nada, ni el más mínimo atisbo del autobús. La gente que espera (porque, que se sepa, El Estudiante no es el único en la parada) se empieza a inquietar un tanto. No falta quien injuria a la empresa, e incluso alguno planea actividades terroristas.

Luego de unos 20 minutos, aparece Él. El Estudiante no puede evitar emitir una mueca de felicidad. Se lo ve a lo lejos, casi como asomando la nariz. Su figura roja, y el bendito cartel: “22 – Ramal La Loma”. El Estudiante observa que no hay otro mejor color que el rojo para el ómnibus, y supone que el otro único número aparte de el 22 (que si recordamos, en el mundo quinielero es “el loco”), digno de ser usado en esa línea sería el 666.

Entre protestas de ancianos airosos y madres de familia obesas, El Estudiante logra ingresar. Mientras pone la tarjeta, otea en el horizonte, buscando algún asiento vacío. Descubre que el único disponible es el más próximo a la puerta delantera. Con gran alivio, deposita sus asentaderas con un estrépito propio de un mamut.

Dura poco la alegría del Estudiante. En la parada siguiente, la del Hipódromo, sube una figura típica del mundo del colectivo: La Señora con su Niño No Tan Bebé. Este individuo, despreciable por demás, es capaz de las más bajas acciones con tal de conseguirse un asiento vacío. Si no está embarazada, recurre al primer niño de escasa edad que encuentra, aún cuando (como en este caso en particular) el infante en cuestión ya tenga unos cuantos años, y uno le encuentre incluso cierto parecido físico con el 2 de Chacarita. Con mala cara, nuestro héroe se irgue fastidiado.

Ahora bien, esta vil representante de la ruindad humana no ingresó sola, claro que no. Detrás de ella, ingresó toda su prole, y algunos miembros familiares más. Así, El Estudiante ve como este grupo de humanoides empieza a llenar el aire con sus guturales sonidos, y sus comentarios acerca del último show de Pibes Chorros. Intentando negar la realidad, nuestro protagonista enciende su reproductor de mp3, pero ni siquiera la voz del mismísimo David Gahan a todo volumen logra evitar que a sus oídos ingresen esos nefastos ruidos simiescos.

Dos paradas más, y el colectivo se llena, provocando que haga su aparición activa el jefe del móvil popular: El Colectivero Insultador. Este hombre, de unos 40 años, canoso (pero también con cierta calvicie), con su camisa celeste y toda transpirada afuera del pantalón, no tiene el más mínimo reparo de utilizar cuanta injuria inventada por el hombre exista, para lograr que los pasajeros se amontonen en el fondo, liberando así espacio para más pasajeros.

El colectivo intenta arrancar, pero, oh maldita fortuna, el motor decide entrar en huelga. “Todos Abajo”, es la orden del chofer. La masa humana desciende, y las quejas no se hacen esperar, nuevamente. Para colmo de males, esa estación se encuentra ubicada en una zona un tanto conflictiva. Un par de focos maltrechos sólo hacen más lúgubre la situación, y ciertos rostros de aspecto de “recién salí de la cárcel, y tengo ganas de entrar de vuelta”, hacen que El Estudiante se sienta un tanto amenazado, y llegue a jurarle a Mahoma una mezquita más fastuosa que la de La Meca si llega a salir vivo de allí.

Afortunadamente, el colectivo “de reemplazo” no tarda mucho en llegar. Pero toda solución, tiene su problema. Este carruaje viene tan cargado como el que se acaba de romper. Por lo tanto, la situación se torna un tanto complicada. Todavía más, si.

Contorsionando su cuerpo a la manera del más digno yogui hindú, El Estudiante logra posicionarse dentro del espacio físico del carromato.

Pero lo hace con tanta mala suerte, que se pone por delante de Laurita. Laurita rozará los 35 años, usa minifalda y tacos altos, y El Estudiante supone que su antiguo nombre era Roberto. Efectivamente, Laurita es físicamente similar a lo que pasaría si el pilar de los All Blacks decidiera vestirse de mujer. Con cierto miedo por su upite, nuestro actor principal cierra los ojos, y trata de evitar el contacto físico con su compañero/a (la clasificación, a cuenta del lector) de viaje, y rogando porque éste le permita mantener la virginidad anal.

Casi todos los sentidos de El Estudiante se ven invadidos de alguna manera. El paisaje, desolador, repleto de fábricas abandonadas y villas miseria en rampante progreso. Por los oídos, ingresan sonidos mezclados de El Nene que Llora (siempre hay algún niño que decide canalizar su enojo y/o frustración en público; maldito exhibicionista), el que decide mostrar a su compañero de asiento el último ringtong (inspirado en algún tema de Los Palmeras) que bajó a su celular y las puteadas de los otros conductores hacia el escasamente simpático chofer.

En cuanto al tacto, cada persona que decide bajar, provoca una marea humana, en la que no faltan apoyadas, toqueteos, pisotones, codazos, puñetazos y hasta la grulla de Karate Kid (esto por lo general, deriva en agrias discusiones, por parte de quien recibió la caricia en la zona de los glúteos o de quien sufrió el pisotón de alguna bota policial). Si a esto le sumamos los numerosos baches y frenadas, se concluye que el viajar en el 22 es casi un deporte de riesgo.

Pero, sin dudas, el sentido que se ve más groseramente atacado es el del olfato. Numerosos obreros absolutamente chivados, gente que la última vez que se mojó con agua fue cuando lo bautizaron, cierto tufillo maloliente que ingresa por las ventanillas (que, obviamente, están rotas; en pleno invierno, claro), y los numerosos flatos obsequiados por la multitud (a juzgar por el calibre de algunos, sus emisores parecieran haber pasado a mejor vida), hacen que la nariz de El Estudiante, termine directamente por insensibilizarse aún más que la nariz de Maradona.

Finalmente, el colectivo pareciera ir llegando a destino. Poco a poco se ha ido vaciando de gente, y en un giro irónico del destino, un asiento queda vacío una parada antes de que El Estudiante baje. El muchacho, elementalmente, dedica un “la puta que lo parió”.

Desciende, no sin antes sentir cierto escalofrío frente a los 4 Muchachos del Fondo. Inexorablemente, todos los colectivos 22, poseen en el fondo un grupejo de 4 muchachones con unos rostros semejantes a Hannibal Lecter luego de bardearse con la barra de Nueva Chicago.

Cuando llega a su casa, El Estudiante es feliz de haberse bajado. Pero también de haberse subido. Que sería del mundo si él no encontrara su inspiración allí, en ese vehículo tan sudaca.

sábado, agosto 11, 2007

No-Resaca

La placa lo mostró claramente: tengo una sinusitis del tamaño de toda la Patagonia. Aparte, una bronquitis galopante. Ergo, el dotor me dió una cantidad de antiespasmódicos, anfetaminas y antibióticos como para matar un caballo. Fenómeno, me estoy curando.
Pero hay un problema: tanto Bisolvon y tanto Klaricid (¿en qué carajo piensan cuando le ponen nombre a los remedios, eh? ¿será que estos sí se dan con lo que producen?) me ha inhibido de tomar ALCOHOL. Sí, señoras y señores: 15 días sin probar una gota del regalo de los dioses.
Para colmo, ni siquiera pude fumarme un pucho como para relajar la tensión. "3 meses sin tocar un pucho, o cagás fuego". Palabras del Dr. Abbote (díganme si no es groso el apellido).
La idea me dejó knock-out por unas horas. Piensénlo: El Perro Manolo, 15 días sin alcohol ni puchos (ni qué hablar de cualquier otro tipo de sustancias). Gracias, si quieren les doy un pañuelo.
Esto ha provocado que mi maltratado cuerpo me dé unas inusuales dosis de energía extra, y una mayor capacidad de atención y retención de conceptos. ¿Suena lindo? Pues les digo que es una reverenda cagada.
Salir de noche es una tortura: si normalmente la gente me parece pelotuda, sin ginebra en sangre me hace dar ganas de convertirme en un guerrillero suicida de la Jihad, y hacerlos volar en mil pedazos.
Para colmo, toda esa energía extra que tengo, la tengo al reverendo pedo: estoy de vacaciones. Mis días transcurren en un mar de aburrimiento, y yo con ganas de salir a trotar una maratón.
Para colmo, eso de estar hiperactivo me impide concentrarme demasiado tiempo en un mismo objeto: escribir estas líneas pedorras está requiriendo el mayor de mis esfuerzos.
Pero algo bueno hay: en un afán de lograr concentración interna, me he puesto a reflexionar.
Y sépanlo, estoy más que bien.
Cosas Raras (bah, rejunte de boludeces):
.Este post no debería ser, ya sale el tuyo, Albi
.Resulta que entran mas uruguayos que argentinos a mi blog. En cualquier momento tramito la doble ciudadanía.
.Me he vuelto adicto al té verde
.Estoy escuchando mucho black metal noruego.
.Mi perro tiene cáncer, un garrón.
.Erich Frömm me produce sensaciones ambivalentes.
.Este Newell's me gusta, si no se lesiona Steinert y si Donnet pone una poco de huevos, zafamos.
.La computadora me repele últimamente.
.Me bajé el original soundtrack de El Chavo.
.La humanidad evoluciona por error.

jueves, agosto 02, 2007

Suposiciones

- ¡ Abrigate, Manuel!-
- Si, abuela-
- Mirá que hace un frío TE-RRI-BLE-
- Sí, abuela-
- En Comodoro Rivadavia, pobre gente, hay menos diez grados bajo cero, y en...-
De nada serviría explicarle (o mejor dicho, recordarle) que Chubut está en la Patagonia, y nosotros estamos en el templado Litoral. Inútil sería exponerle que el frío que ella percibe no es tan terrible como ella cree; su (i)lógica es que si ella lo siente, entonces todo el mundo lo siente.
Podría reírme de ella; es lo que me veo tentado a realizar. Pero no lo haré, por distintos motivos. Primero, porque cuando yo sea viejo sea todavía mucho más incoherente, débil y resentido, así que mejor no burlar mi futuro.
Después, porque hace algo que todos hacemos en algunos momentos de nuestras vidas: creer que algo nos afecta, gusta o produce algo especial, afectará al resto del mundo de la misma forma; y si alguien manifiesta lo contrario, miente descaradamente o es idiota.
El millonario piensa que todo el mundo desea tener miles de millones. El homosexual da por hecho que todos los hombres esconden algún grado de deseo por otro hombre. El creyente fervoroso supone que todo aquel que no reza, se siente destruido en su pecado. Las mujeres "accesibles ", creen que aquella que no tenga el sí fácil a la hora del sexo, es una reprimida. Los infieles...
Esta tendencia es natural.Necesitamos extender nuestras creencias y prejuicios al resto de la sociedad. Necesitamos estableces generalizaciones sobre el resto de la gente. Podemos errar, o no, pero el hecho es que si nos pusiéramos a buscar la singularidad de cada persona, a intentar averiguar exactamente qué es lo quiere, el mundo se convertiría en un lugar muy poco práctico, y terminaríamos por cansarnos uno del otro.
Por otro lado, hay algo más profundo, creo. Esta situación, nos homogeiniza con el resto de la sociedad, nos hace creer que estamos un poco menos solos; al uniformarnos al resto de acuerdo a nosotros, pasamos a formar parte de NUESTRO Todo.


(Pss, que nadie se sienta especialmente atacado por los ejemplos que di, eh. Son sólo eso, ejemplos)