lunes, agosto 28, 2006

El Atardecer (así, con mayúsculas) puede llegar a ser eterno en San Benito. O bien puede no existir. De una forma u otra, jamás será el atardecer promedio; nunca será igual a los demás.
Pero claro está, el Atardecer no existe por su cuenta. Además, está el pueblo (y es pueblo, jamás ciudad; pese a que los números del censo digan otra cosa). Y entonces, ese bellísimo atardecer se marchita, rodeado por San Benito. Y es que nada puede brillar en este páramo olvidado por Dios. Y por el Diablo también.
San Benito es un pueblo opaco. Ni siquiera es utilizable el apelativo de “gris”, pues el gris tiene alguna reminiscencia de blanco, que a fin de cuentas es la suma de todos los colores. No, San Benito es definitivamente opaco, como esas viejas baldosas de cemento de las veredas de antaño, que todo el mundo sabe que están, pero nadie piensa en ellas; incluso considerarían estúpido el hacerlo.
No sería justo decir que es un pueblo muerto, porque sus habitantes y el pueblo mismo viven; pero manteniendo sólo las funciones más imprescindibles, como si estuvieran sostenidos por un respirador artificial que los dejara seguir existiendo en su largo letargo. Es poco probable que muera; su cercanía con Paraná le da algo de fuerza (tampoco demasiada, Paraná no es una ciudad que se destaque por su tremenda actividad). Quizás en algún futuro no muy lejano termine siendo un “barrio” de Paraná, pero esto no cambiaría mucho las cosas.

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