Cuando uno viaja en el colectivo, ómnibus, bus, guagua, o como quieran decirle, puede llegar a vivir experiencias interesantísimas, algunas de ellas tan trascendentales que pueden llegar a afectar el rumbo de nuestra vida para siempre (sobre todo si se te ocurre tirarte de la ventanilla cuando el colectivo va todo lo que da por alguna avenida transitada).
Pero este vehículo social, este popular transporte del proletariado (ay, se me escapó el zurdito interno) no marcha ni se mueve solo. Está bien que sin los pasajeros no tendría razón de ser; pero su existencia misma no sería posible de no ser por un personaje central, muchas veces injustamente menoscabado: El Colectivero.
El Colectivero es eso que muchos quieren ser de chicos en la escuela primaria (nunca falta el párvulo de primer grado que declarar querer serlo “cuando sea grande”), pero pocas personas se atreven a realizar de grandes. Ser Colectivero (al menos, en Argentina) no es fácil; son horas y horas soportando viejas que no saben poner la tarjeta (o monedas), teniendo que escuchar a los tipos que no quieren pagar, a gente maloliente, etc.; baste decir que muchos están mas de 16 horas por día sentados en un mismo asiento: si eso no te estresa, ya llegaste al Nirvana, macho.
Pero no todos los colectiveros son iguales, claro que no. Existen sutiles diferencias, que hacen que podamos establecer alguna clasificación. Aquí, los principales elementos:
1-El Gordo Malhumorado
Este personaje reúne en sí todas las características y males del colectivero rioplatense, y es por lo general, el elemento más común. Rondando los 50 años (nunca menos de 40), puede llamarse Héctor, Raúl o Rubén, pero sus amigos le dicen indefectiblemente Cacho, o Tito. Panzón y con cierta calvicie (aunque conserva algunos pelos, que parecieran tener vida propia), El Gordo Malhumorado es la expresión misma del enojo. Siempre está enfadado por algo: un pibe que se sienta y apoya los pies contra el asiento de adelante, alguno que se sienta primero y paga después, o algún otro chofer. Es de conducir de manera temeraria, a velocidades impensables para esos carromatos; aún viéndolo de afuera, se puede saber que es él quien conduce: jamás frena para doblar (lo que hace que algunas veces se suba a la vereda), muchas veces deja pasajeros esperando “porque va apurado”, y hace ver al colectivo como una tromba diabólica, que avanza a un ritmo demencial. En caso de accidente, no tiene problema alguno en bajarse, y refiriéndose a la madre y todo el árbol genealógico del otro conductor, y romperle la cabeza a matafuegazos. De más está decir que odia su trabajo; de haber sido por él hubiera sido piloto de carreras, o torturador. A su favor se puede decir que es bastante eficiente, y que si uno tiene cierto apuro para llegar a algún lado, él es el indicado.
2-El Gordito Simpático
Las teorías dualistas afirman que toda cosa tiene su extremo opuesto. Con el Gordito Simpático y el Gordo Malhumorado pasa exactamente eso. El Gordito Simpático posee las mismas características físicas y sociales que el G.M: es panzón, tiene cerca de medio siglo vivido, es pelado, y también le dicen Cacho (o Cachito). Pero el G.S es la esencia misma del buen humor. Es aquel tipo que sí hizo realidad el sueño infantil de trabajar de chofer; otro trabajo sería impensable para él. Su relación con el resto del mundo no podría darse en mejores términos: siempre tiene una sonrisa para regalar, nunca le falta charla con quien sea. Si uno no tiene monedas para viajar, G.S es capaz de hacerle la gamba y dejarlo pasar igual. Para él, el mundo es un colectivo. Si te agarró el bajón, el Gordito Simpático es mejor que un psicólogo.
3-El Treintañero Canchero.
El Treintañero Canchero, como bien lo dice su nombre, es bastante joven. Pero no es ya un pendejo; pero eso él no lo quiere entender. En su cabeza, aún es un adolescente, y actúa en consecuencia. Su vestimenta es más o menos igual a la de todos los colectiveros (ya que el reglamento se lo pide): camisa, zapatos y jean. Pero él siempre tiene ciertos detalles: anteojos negros, infaltables y abundante gel, alguna pulsera “étnica”. Suele llevar su propia radio al colectivo, la cual sintoniza a todo volumen, informándonos a los pasajeros del ranking musical. Sus pasajero predilectos son las mujeres jóvenes; si son estudiantes con jumper, mucho mejor. Puede llegar a desatender totalmente el resto de los viajeros , y al mismo colectivo en sí, sólo por enfocar su vista en algún glúteo o por estar chamuyándose alguna empleada recién salida de trabajar. TC, de no ser colectivero, sería de esos locutores bananas que conducen programas radiales a la tarde, con nombres tales como “Los Mega Hits”. Es interesante viajar con él, ya que nos permite reírnos de sus patéticos intentos por negar su condición.
4-El Cara de Nada
Hay gente que en la vida logra pasar totalmente desapercibida. El Cara de Nada es un ejemplo perfecto. Por lo general tiene un nombre bastante inocuo, poco recordable, como Carlos, Juan, o en el mejor de los casos, Sergio. Flaco, medio rubión (pero no tanto, si no aunque sea merecería el apodo de “Gringo”), nadie logra recordarlo con facilidad, ni siquiera sus propios compañeros. Es difícil hablar de él, ya que tiene escasas cualidades que lo hagan resaltar. Suele ser bastante sobrio en su manera de vestir y conducir, y su relación con el resto del mundo es prácticamente inexistente: el se dedica a mover el colectivo de un lado a otro, con bastante precisión. No escucha música, y da la sensación, por alguna razón, de que es evangélico. De no ser colectivero, sería bibliotecario, o de esos que atienden los peajes. Si te peleaste con tu novia, o te echaron del trabajo, y encima el día está feo, un viajecito largo con C.deN te puede relajar bastante.
5- El Macaco Cumbiambero
Si esta clasificación fuera ordenada de acuerdo al nivel de “villerismo” & “grasitud”, Macaco Cumbiambero se llevaría el primer puesto por robo. La edad de M.C es lo de menos; su esencia villera trasciende toda frontera cronológica. Con un corte a lo Pedro el Escamoso en su pelo (morocho, pero por lo general, con una buena dosis de tintura barata), una dentadura bastante incompleta y un léxico que hace que Cervantes Saavedra se revuelque en su tumba, este individuo es la expresión misma de lo que es ser grasa. Su nombre tampoco importa, aunque sus amigos le dicen, sospechosamente, “Ganzúa”. El resto de los choferes lo quieren bastante, ya que nunca es falto de alguna anécdota por relatar. Su omnipresente estéreo, nos hace viajar acompañados de delicias musicales, como él último CD de Damas Gratis, o un compilado del romántico Leo Mattioli. Se supone que de no trabajar en el rubro de la conducción de automotores, en este momento estaría afanando alguna cartera en la calle, o en el mejor de los casos, vestido con un uniforme policial y cobrando coimas. Es interesante viajar con él, nos puede mostrar esa realidad popular que muchas veces olvidamos.