jueves, noviembre 15, 2007

Relleno

Es sabido que cuando un blogger no tiene nada muy relevante que poner, tiene dos opciones: una razonable, que sería no poner nada hasta que se le ocurra una buena idea, o poner la primer boludez más o menos consistente que encuentre para rellenar y que le alaben el ego un poco. Por desgracia, esta condenada sub-especie humanoide suele preferir esta última opción. Y el autor de este blog, si bien es un ruin can, también es uno de ellos, y en consecuencia comete las mismas fechorías.
En este ocasión, ha decidido copiarles a los muchachos de "¿Que estás buscando?" (como más de uno ya lo ha hecho), y ha decidido publicar los criterios de búsqueda que utilizan ciertos desgraciados individuos, que por escasa suerte (y cierta malevolencia del dios Google) terminan cayendo en este nauseabundo cubil. A continuación, una selección de lo peorcito:
"sexhymen.com". El más frecuente entre todos los criterios. Cómo alguien puede terminar en mi blog buscando pornografía, no sé, pero bue, que los jeropas tienen derecho a vivir, también. (BONUS TRACK: Por alguna razón, se me ocurrió verificar si sexhymen.com existía. Si lo escribís bien, te lleva a Defloration. Da un poquito de impresión.)
"fotolog luciano pereyra" . No sé quien será, pero el/la hijo/a de puta que anda buscando eso, mejor que no se me cruce por la calle, porque soy capaz de meterle un palo con clavos hasta la laringe.
"barney en cuerpo completo". Jeropas, pero con mentalidad infantil.
"el condor es de sangre fria o caliente". Según Wikipedia, es un ave, por lo tanto de sangre caliente. Pero atenti, que a mi siempre me pareció muy pechofrío (?).
"gabriel vaschetto" . Y eso que yo le avisé...la DEA se avivó, y está buscando a cierto blogger amigo
"que animal catalogar como el perro del diablo". Y...'ta jodido, pero yo me la juego, entre el perro de Rodriguez Saá y el de Menem.
"el chavo del choto". ¿Pornografía mexicana?
"adolescente emocionalmente inestables". ¿¿EXISTEN los adolescentes emocionalmente ESTABLES??
"como hacer perros creativamente". Una de dos: o alguien quiere buscar la última pelotudez de Utilísima, o es un científico loco que está un poco aburrido.
"cantantes con panico a las inyecciones". Vista la cantidad de muertes por sobredosis en el mundo del rock, éste la va a tener bastante jodida para encontrar algo, eh.

Y de regalito, les meto un "cazajeropas" (idea afanada de Se Está Buscando Una Paliza):
CRISTINA
KIRCHNNER
TRAGÁNDOSE
UNA
GAROMPA
DE
TAMAÑO
KILOMÉTRICO



sábado, noviembre 10, 2007

De Colectiverii

Cuando uno viaja en el colectivo, ómnibus, bus, guagua, o como quieran decirle, puede llegar a vivir experiencias interesantísimas, algunas de ellas tan trascendentales que pueden llegar a afectar el rumbo de nuestra vida para siempre (sobre todo si se te ocurre tirarte de la ventanilla cuando el colectivo va todo lo que da por alguna avenida transitada).

Pero este vehículo social, este popular transporte del proletariado (ay, se me escapó el zurdito interno) no marcha ni se mueve solo. Está bien que sin los pasajeros no tendría razón de ser; pero su existencia misma no sería posible de no ser por un personaje central, muchas veces injustamente menoscabado: El Colectivero.

El Colectivero es eso que muchos quieren ser de chicos en la escuela primaria (nunca falta el párvulo de primer grado que declarar querer serlo “cuando sea grande”), pero pocas personas se atreven a realizar de grandes. Ser Colectivero (al menos, en Argentina) no es fácil; son horas y horas soportando viejas que no saben poner la tarjeta (o monedas), teniendo que escuchar a los tipos que no quieren pagar, a gente maloliente, etc.; baste decir que muchos están mas de 16 horas por día sentados en un mismo asiento: si eso no te estresa, ya llegaste al Nirvana, macho.

Pero no todos los colectiveros son iguales, claro que no. Existen sutiles diferencias, que hacen que podamos establecer alguna clasificación. Aquí, los principales elementos:

1-El Gordo Malhumorado

Este personaje reúne en sí todas las características y males del colectivero rioplatense, y es por lo general, el elemento más común. Rondando los 50 años (nunca menos de 40), puede llamarse Héctor, Raúl o Rubén, pero sus amigos le dicen indefectiblemente Cacho, o Tito. Panzón y con cierta calvicie (aunque conserva algunos pelos, que parecieran tener vida propia), El Gordo Malhumorado es la expresión misma del enojo. Siempre está enfadado por algo: un pibe que se sienta y apoya los pies contra el asiento de adelante, alguno que se sienta primero y paga después, o algún otro chofer. Es de conducir de manera temeraria, a velocidades impensables para esos carromatos; aún viéndolo de afuera, se puede saber que es él quien conduce: jamás frena para doblar (lo que hace que algunas veces se suba a la vereda), muchas veces deja pasajeros esperando “porque va apurado”, y hace ver al colectivo como una tromba diabólica, que avanza a un ritmo demencial. En caso de accidente, no tiene problema alguno en bajarse, y refiriéndose a la madre y todo el árbol genealógico del otro conductor, y romperle la cabeza a matafuegazos. De más está decir que odia su trabajo; de haber sido por él hubiera sido piloto de carreras, o torturador. A su favor se puede decir que es bastante eficiente, y que si uno tiene cierto apuro para llegar a algún lado, él es el indicado.

2-El Gordito Simpático

Las teorías dualistas afirman que toda cosa tiene su extremo opuesto. Con el Gordito Simpático y el Gordo Malhumorado pasa exactamente eso. El Gordito Simpático posee las mismas características físicas y sociales que el G.M: es panzón, tiene cerca de medio siglo vivido, es pelado, y también le dicen Cacho (o Cachito). Pero el G.S es la esencia misma del buen humor. Es aquel tipo que sí hizo realidad el sueño infantil de trabajar de chofer; otro trabajo sería impensable para él. Su relación con el resto del mundo no podría darse en mejores términos: siempre tiene una sonrisa para regalar, nunca le falta charla con quien sea. Si uno no tiene monedas para viajar, G.S es capaz de hacerle la gamba y dejarlo pasar igual. Para él, el mundo es un colectivo. Si te agarró el bajón, el Gordito Simpático es mejor que un psicólogo.

3-El Treintañero Canchero.

El Treintañero Canchero, como bien lo dice su nombre, es bastante joven. Pero no es ya un pendejo; pero eso él no lo quiere entender. En su cabeza, aún es un adolescente, y actúa en consecuencia. Su vestimenta es más o menos igual a la de todos los colectiveros (ya que el reglamento se lo pide): camisa, zapatos y jean. Pero él siempre tiene ciertos detalles: anteojos negros, infaltables y abundante gel, alguna pulsera “étnica”. Suele llevar su propia radio al colectivo, la cual sintoniza a todo volumen, informándonos a los pasajeros del ranking musical. Sus pasajero predilectos son las mujeres jóvenes; si son estudiantes con jumper, mucho mejor. Puede llegar a desatender totalmente el resto de los viajeros , y al mismo colectivo en sí, sólo por enfocar su vista en algún glúteo o por estar chamuyándose alguna empleada recién salida de trabajar. TC, de no ser colectivero, sería de esos locutores bananas que conducen programas radiales a la tarde, con nombres tales como “Los Mega Hits”. Es interesante viajar con él, ya que nos permite reírnos de sus patéticos intentos por negar su condición.

4-El Cara de Nada

Hay gente que en la vida logra pasar totalmente desapercibida. El Cara de Nada es un ejemplo perfecto. Por lo general tiene un nombre bastante inocuo, poco recordable, como Carlos, Juan, o en el mejor de los casos, Sergio. Flaco, medio rubión (pero no tanto, si no aunque sea merecería el apodo de “Gringo”), nadie logra recordarlo con facilidad, ni siquiera sus propios compañeros. Es difícil hablar de él, ya que tiene escasas cualidades que lo hagan resaltar. Suele ser bastante sobrio en su manera de vestir y conducir, y su relación con el resto del mundo es prácticamente inexistente: el se dedica a mover el colectivo de un lado a otro, con bastante precisión. No escucha música, y da la sensación, por alguna razón, de que es evangélico. De no ser colectivero, sería bibliotecario, o de esos que atienden los peajes. Si te peleaste con tu novia, o te echaron del trabajo, y encima el día está feo, un viajecito largo con C.deN te puede relajar bastante.

5- El Macaco Cumbiambero

Si esta clasificación fuera ordenada de acuerdo al nivel de “villerismo” & “grasitud”, Macaco Cumbiambero se llevaría el primer puesto por robo. La edad de M.C es lo de menos; su esencia villera trasciende toda frontera cronológica. Con un corte a lo Pedro el Escamoso en su pelo (morocho, pero por lo general, con una buena dosis de tintura barata), una dentadura bastante incompleta y un léxico que hace que Cervantes Saavedra se revuelque en su tumba, este individuo es la expresión misma de lo que es ser grasa. Su nombre tampoco importa, aunque sus amigos le dicen, sospechosamente, “Ganzúa”. El resto de los choferes lo quieren bastante, ya que nunca es falto de alguna anécdota por relatar. Su omnipresente estéreo, nos hace viajar acompañados de delicias musicales, como él último CD de Damas Gratis, o un compilado del romántico Leo Mattioli. Se supone que de no trabajar en el rubro de la conducción de automotores, en este momento estaría afanando alguna cartera en la calle, o en el mejor de los casos, vestido con un uniforme policial y cobrando coimas. Es interesante viajar con él, nos puede mostrar esa realidad popular que muchas veces olvidamos.

martes, noviembre 06, 2007

Un Viaje Más

Nunca había habido nubes tan aburridas como aquella tarde. Usualmente no había demasiado, pero jamás faltaba alguna forma risueña: un elefante deforme, alguna bota o incluso una palabra con todas sus respectivas letras. El día anterior había sido de los más generosos; parecía que se había agotado el crédito de belleza celestial. Miró un poco más para arriba, y resignado, caminó hasta la parada.

Julián no tenía mucho que hacer por las tardes, y que querían que hiciera, después de todo el era sólo un muchacho que había dejado la facultad. A la mañana, sí, atender el kiosco de Mario lo entretenía. Pero las tardes, para alguien quien no tiene actividades ni gusta de la siesta o de las novelas mexicanas, pueden ser soporíferas. Su único divertimento consistía en tomarse el veintidós, pasear por la Plaza “de la San Miguel”, tomarse una gaseosa (o cerveza, según el caso) y robar alguna billetera.

No era ladrón por necesidad, no. Plata en su casa no sobraba, pero podía darse todos los gustos que sus límites mentales preveían. Tampoco era codicioso; todo aquello que robaba lo gastaba en cosas efímeras, que no podían conservarse, o lo tiraba. Incluso una vez había restituido el dinero, a una víctima que jamás supo que lo había sido.

No, Julián robaba por puro placer. La emoción de saberse impune, el antiguo y omnipresente gozo humano por lo que la cultura nos dice que es prohibido. Cuando corría por las calles, con una billetera ajena en su bolsillo, sentía tanta culpa que el corazón le desbordaba de alegría. Después, más calmado, miraba alrededor al resto de los mortales, con el desdén propio de quien se sabe vil.

Tenía varios métodos, y obviamente, varios escenarios. Pero todos coincidían en su sutileza, en que el robado no supiera del hecho hasta llegar a su morada (Juli gustaba de imaginar la casa de los sorprendidos compañeros de colectivo el descubrir sus chaquetas y carteras vacías). Le parecían indignos de respeto aquellos ladronzuelos que precisaban de la violencia y la fuerza para tener éxito: esos canallas lo hacían por necesidad, él era un artista.

Esa tarde, oprobiosa en su vulgaridad, necesitaba de un buen robo para hacerlo sentir vivo. El veintidós vino, él subió, el chofer arrancó. Era hora de entretenerse.

La víctima, un viejito. Uno de esos tantos, que eran mas viejos de lo que realmente son. Manos arrugadas, ropa sucia y olorosa de varios días; en su cabeza, pelos blancos sin afeitar, dos verrugas grandes, un ojo marrón y otro ciego por alguna enfermedad de ésas que sólo tienen los viejos solitarios y paupérrimos.

Iba durmiendo contra la ventanilla: era una linda postal, y una presa fácil. Se sentó a su lado, y con disimulo, manoteó su flaca billetera, que salía de uno de los bolsillos del saco (bastante hecho pelota, por cierto).

En la parada siguiente, el anciano se despertó bruscamente. Julián dudó por un momento; rápidamente buscó su cara-de-tranquilidad. No hubo nada que temer, el abuelito (quien sabe si tenía nietos, o siquiera hijos) sólo pidió permiso para bajarse. Lo dejó pasar, escondiendo la billetera en su propia campera.

Apenas descendió el viejo, se acomodó en el lugar que éste había dejado vacío. Apoyó la cabeza contra la ventanilla, y empezó a dormitarse. Total, hasta llegar a Colonia Avellaneda faltaban como mínimo veinte minutos.

La polvareda lo despertó. La mole del viejo galpón abandonado de Telecom le anunció que estaba cerca. Agarrándose fieramente del asiento, Julián se levantó conteniendo un bostezo; no era mala idea tratar de dormir unas horas más por día. Se acercó a la puerta de atrás, y presionó la bocina.

Las manos arrugadas le dolían un poco. Se miró en el espejo, y su mueca de horror asustó al niño de ojos oscuros del asiento del fondo. Siguió mirándose: su ropa estaba sucia y olorosa, y en su rostro había pelos blancos sin afeitar, dos verrugas grandes, un ojo marrón y otro ciego por alguna enfermedad de ésas que sólo tienen los viejos solitarios y paupérrimos…